El mismo día
New York
Lance
Jamás pensé que llegaría este momento. Durante meses viví con el miedo de que la historia volviera a repetirse, de que Karina y yo jamás pudiéramos ser padres. Dos abortos bastaron para marcar mi corazón y convertir cada control médico en un suplicio. Aunque intentaba sonreír, la incertidumbre me devoraba por dentro.
Pero ahora estoy aquí, con el corazón latiendo tan fuerte que siento que va a estallar. Me pongo la bata quirúrgica y la mascarilla con manos temblorosas. Respiro hondo y entro al quirófano.
El ambiente es eléctrico: luces blancas intensas, el pitido constante de los monitores, voces apresuradas de enfermeras. Karina está en la camilla, con el sudor corriendo por su frente y el cabello pegado a las sienes. Sus gritos desgarran el aire, me perforan el pecho.
Corro hacia ella, tomo su mano.
—Amor, tú puedes… estoy contigo —le susurro, sintiendo que mi voz también tiembla.
Sus ojos se clavan en los míos, llenos de lágrimas, de miedo y de fuerza al