Advertencias

El mismo día

New York

Lance

Llevo horas encerrado en la oficina, solo con una taza de café ya frío y una montaña de informes que no termino de entender del todo. Aunque me esfuerzo por parecer concentrado, en realidad solo estoy tratando de demostrar que puedo con esto… aunque tenga que fingir. El silencio del lugar es tan denso que casi puedo escuchar el zumbido de las luces del techo.

De pronto, la puerta se abre sin que yo me dé cuenta. Solo escucho unos pasos y una voz conocida que rompe la calma:

—Hola, hermanito. Ya vi que convenciste a mamá de darte otro puesto. Espero que esta vez no lo arruines —dice Cristina, con ese tono burlón tan característico de ella.

Levanto la vista con lentitud. La encuentro parada frente a mí con los brazos cruzados, apoyada en el marco de la puerta. Lleva un traje claro, elegante como siempre, pero su expresión es todo menos seria.

—¿Viniste solo a burlarte o vas a felicitarme también? —respondo sin levantarme, esbozando una sonrisa sarcástica mientras dejo el bolígrafo sobre los papeles.

—Lance, solo quiero que seas responsable… por una vez en tu vida —agrega, fingiendo una cara de ternura mientras hace un puchero exagerado. Sabe perfectamente que eso me irrita.

—¿Y ahora qué quieres? —pregunto mientras me recuesto en la silla y me paso la mano por el rostro, agotado.

—¿Ya comiste? —pregunta, cambiando de tema con una sonrisa más suave—. Vamos a almorzar, hace horas que estás aquí encerrado.

Dudo por un segundo, pero termino aceptando. Tal vez salir de esta oficina me despeje la cabeza… y, siendo honesto, una parte de mí espera cruzarme con ella.

Ya en el ascensor, Cristina no para de hablar. Me cuenta sobre la empresa, los cambios, las políticas nuevas… pero yo apenas escucho. Mis pensamientos se desvían hacia Karina, y hacia lo que no sé si debería estar sintiendo.

Cuando se abren las puertas del piso de la cafetería, Cristina señala hacia adelante:

—Vamos a almorzar acá. Como cualquier empleado más, sin privilegios —dice con una media sonrisa, disfrutando cada palabra.

—Está bien, Cristina. No tengo problema —respondo, acomodándome la chaqueta y caminando junto a ella.

El ambiente en la cafetería es bullicioso. El murmullo de conversaciones, el sonido de las bandejas deslizándose por los rieles, las risas dispersas… todo se mezcla con el aroma a comida recién servida. Apenas entramos, noto que algunas cabezas se giran hacia nosotros. La mayoría, claro, hacia mí.

No hago más que sonreír con educación, pero en realidad estoy buscando una sola mirada. Y ahí está. Karina, sentada en una mesa con otras secretarias. Tiene el cabello recogido en una coleta alta, y su blusa blanca contrasta con el color de su piel. Se ríe de algo que le dice una de sus compañeras. Parece tranquila, en su mundo. Me detengo un segundo a observarla, sin que lo note.

Cristina me da un leve empujón.

—¿Vas a pararte ahí todo el día o vamos a buscar una mesa?

Nos sentamos cerca, lo suficientemente lejos para que no escuchemos lo que dicen las chicas, pero yo sigo con el rabillo del ojo atento a cada gesto de Karina.

—Todas te están mirando —comenta Cristina mientras parte su panecillo.

—Yo no hice nada —respondo, encogiéndome de hombros.

—Por eso mismo decidí que trabajes con Karina. Ella es seria, centrada. No quiero escándalos ni demandas… ni por acoso, ni por paternidad. ¿Entendido?

Levanto la ceja, reprimiendo una carcajada.

—Cristina, por favor… estás exagerando.

—¡No! Te lo digo en serio —insiste, apuntándome con el tenedor—. Nada de andar coqueteando con las empleadas. Esta es tu última oportunidad, Lance.

Pienso en decirle la verdad, en que ya invité a Karina a salir… pero no. No ahora. Sonrío con suficiencia y le quito importancia, pero por dentro me invade la duda.

¿Y si Karina realmente no aparece? ¿Si me deja plantado?

Karina

La comida de hoy está buena, pero apenas pruebo bocado. Las chicas no dejan de hablar de Lance desde que entró a la cafetería. Intento mantenerme al margen, pero es inútil.

—Karina, qué suerte tienes. Vas a trabajar con ese galán —dice Ana, dándome un codazo.

—Con ese hombre nadie se puede concentrar —añade otra—. ¡Mírenlo! Esa sonrisa, esos ojos… yo haría todo lo que me pidiera.

Intento no mirar en su dirección. Sé que está cerca, y eso me pone nerviosa.

—Por favor, chicas. Cristina va a darse cuenta de que hablamos de su hermano —les advierto, con la voz más baja que puedo.

—Relájate, no pueden escucharnos —responde Ana con una risita.

Yo no estoy tan segura. El tipo tiene radar para este tipo de cosas.

—Tal vez no nos escuchen, pero nos están viendo —digo, alzando la vista.

Y lo confirmo. Lance me está mirando, sin ningún disimulo.

—¡No puede ser! Está viniendo hacia acá —digo bajito, apretando las manos en la mesa.

Él se detiene junto a nosotras, con una sonrisa que parece sacada de una revista.

—Señoritas, que tengan buen provecho —dice con voz tranquila, como si no notara la tensión.

Mi corazón late con fuerza. Me quedo en silencio, deseando que esto termine pronto.

—¿Estás bien? —me pregunta Ana después de que él se va.

—Sí… ¿por qué?

—Te pusiste roja y no dijiste una sola palabra.

Unas horas después

Lance

Cristina seguía hablando, con ese tono condescendiente que usaba cuando quería aleccionarme, como si aún tuviera cinco años. Sus advertencias sobre las empleadas, su preocupación fingida por mi reputación... todo me resultaba insoportable. Había llegado al punto en que sus palabras ya no me entraban por un oído y salían por el otro, sino que me atravesaban la paciencia con un filo silencioso.

Dejé los cubiertos a un lado y respiré hondo, sintiendo cómo el apetito se me escapaba sin remedio. Me levanté ignorando por completo la mirada inquisitiva de mi hermana. Ya no tenía ganas de discutir ni de fingir interés.

Mientras me dirigía hacia la salida, mis pasos se ralentizaron al ver a Karina sentada aún con sus compañeras. Aproveché el momento y desvié ligeramente el rumbo. Al pasar junto a su mesa, me incliné hacia ella. Sabía que probablemente no lo esperaba, pero necesitaba hacerle saber que lo dicho no había sido un simple comentario sin intención.

Ella alzó la mirada, sorprendida. No dijo una sola palabra, pero sus ojos lo dijeron todo. Había en ellos una mezcla de sorpresa, nerviosismo y algo que me costaba descifrar. Desconfianza, quizás. O esa duda que se instala cuando no sabes si lo que alguien te promete realmente va a suceder.

En fin, estoy guardando mis cosas, listo para marcharme de la oficina. Cuando alguien toca a la puerta y se abre revelando la silueta de mi madre con esa mirada escaneándome que busca respuestas.

—¿Cómo estás, hijo? ¿Todo bien?

Seguro ya les llegaron a sus oídos los chismes de mi pequeña discusión con Cristina o ella misma le fue con las quejas.

—Sí, poniéndome al día —le respondo, haciendo un gesto con los papeles.

—¿Seguro? —insiste, como si pudiera leerme por dentro—. ¿No hay nada que quieras contarme?

—Estoy bien, en serio.

Ella me mira por un instante más y luego sonríe.

—¿Qué te parece si vienes a cenar? Haré que preparen tu plato favorito.

—Está bien. Tú ganas —respondo con una sonrisa sincera.

—Perfecto. Solo paso por mi oficina a recoger unas cosas. ¿Me esperas afuera?

—Sí, claro.

Salimos juntos. Los pasillos están tranquilos, apenas algunas personas se despiden al pasar. Frente a su oficina, me detengo y me quedo esperándola.

Entonces la veo. Karina, caminando sola, recogiendo su bolso, aparentemente lista para irse. Se la ve pensativa, absorta, como si el día la hubiera dejado agotada.

—Karina, espera —le digo mientras me acerco.

Ella se detiene con cautela. Me mira directo, pero con una barrera en la mirada.

—¿En qué puedo ayudarte, Lance?

—Solo quería recordarte… mañana, en la cafetería. A las ocho.

Un silencio incómodo se instala entre nosotros.

—¡Karina, vámonos! —la llaman las chicas desde el fondo.

—Tengo que irme —responde ella, bajando la mirada antes de alejarse con pasos firmes.

Me quedo mirándola hasta que desaparece por el pasillo, pero por dentro, algo se agita. No sé si es expectativa… o miedo de que mañana ella no aparezca.

 

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App