A la mañana siguiente
New York
Karina
El aire está fresco y la ciudad parece no haber despertado del todo. Yo tampoco. No dejo de pensar en él. ¿Será que lo vuelvo a ver? Mis ojos se deslizan con impaciencia entre los rostros desconocidos que caminan por el vestíbulo rumbo al ascensor. Tal vez ya subió... Tal vez se me adelantó y esta fue solo una coincidencia que no se repetirá. Suspiro, me resigno. No puedo esperar más, voy a llegar tarde.
Con pasos desganados, me acerco al ascensor. Las puertas comienzan a cerrarse, y justo en ese momento, una mano las detiene. Mi corazón se acelera. Es él. Aparece con esa sonrisa descaradamente encantadora, como si supiera exactamente el efecto que provoca. Me quedo quieta, intentando mantener la compostura, pero siento cómo mis mejillas arden.
—Hola —me saluda con una sonrisa que parece tatuada en su rostro. Su voz suena segura, tranquila, como si estuviera encantado de verme.
—Hola... ¿Cómo te fue en tu primer día de trabajo? —pregunto intentando sonar casual, aunque mi voz se me escapa más aguda de lo normal por los nervios y el silencio entre los dos se alarga como una pequeña tortura.
Lance
Alguien dijo que no cae un rayo dos veces en el mismo sitio, pero es un milagro o el destino cuando lo hace. Y en mi caso creo que solo puede ser destino, porque justo cuando pensé que perdería el ascensor, la puerta se abre de nuevo... y ahí está. Ella. La misma chica de ayer con esa maldita mirada que me atrapa absurdamente. Sonrío como un idiota al verla, no puedo evitarlo, después de su pregunta sobre mi primer día, pero aun mi cerebro se desconecta.
—Bien —respondo con torpeza, aunque por dentro me reclamo: ¡Vamos, Lance! ¡Di algo más interesante, maldita sea! ¡No te quedes como un poste sin reaccionar!
Respiro hondo y me armo de valor.
—¿Cómo te llamas? Yo me llamo...
Ella me interrumpe, alzando una ceja con gesto travieso.
—No debería hablar con desconocidos —dice, medio en broma, medio en serio.
Su tono me provoca una sonrisa más amplia.
—¡Es en serio! No soy un desconocido. Ayer nos vimos... y hoy el destino nos cruzó otra vez. ¿Qué tal si te invito a salir? Así dejamos de ser extraños.
Ella me mira sorprendida. Me encanta su expresión: esa mezcla de duda, recelo y algo más... ¿curiosidad, tal vez?
—No lo creo... ¿No debes bajar ya? ¿Este es tu piso? ¿No? —me lanza todas esas preguntas rápidas, intentando esquivar la propuesta.
—Sal conmigo en una cita —insisto, con tono casi suplicante, pero sin perder la sonrisa—. Puede ser una cena, un trago... o solo un café. Lo que tú prefieras.
Las personas en el ascensor comienzan a impacientarse. Una señora, divertida, dice en voz alta:
—¡Dile que sí, chica! Vamos, no lo dejes ir, está guapo.
Tengo una admiradora, pero lo que necesito no es levantar mujeres mayores, sino una belleza como ella. ¿Será que basta con mi improvisada invitación?
Karina
Atrapada, intimidada, emboscada, no sé cuál sería el adjetivo correcto para definir lo que hizo él. Quizás otra mujer en mi lugar no dejaría escapar un galán como él, pero no es tan fácil dar el paso, no con el pasado todavía susurrándome las heridas. Aunque no puedo escapar, todas las personas me miran. Estoy atrapada en un pequeño ascensor lleno de extraños que esperan mi decisión... y él, mirándome como si ya supiera mi respuesta.
Mi voz suena insegura al principio, pero termino cediendo, rendida al encanto del momento.
—Está bien... mañana a las 8:00 a.m. en el café de la esquina.
Él sonríe triunfal, como si acabara de ganar una apuesta.
—Tenemos una cita —asegura, con esa sonrisa que me derrite un poco por dentro.
Más tarde, en la oficina
Lance
Aunque todavía estoy flotando por haber conseguido una cita con esa belleza, sé que debo ocuparme de otro asunto. Mi puesto no es lo que esperaba. No vine aquí a perder el tiempo. Camino directo al despacho de Roger. Él es el marido de mi hermana, y aunque me cae bien, no tiene nada que ver con mi decisión.
—Buen día, cuñado. ¿Podemos hablar un momento? —le digo, entrando con paso firme.
Roger me mira con curiosidad.
—Claro, Lance. ¿Qué sucede?
—No creo que el puesto que me asignaron sea el adecuado para mí. Tengo experiencia y estudios en otra área... necesito aportar más a la empresa.
Él se encoge de hombros, comprensivo.
—Lance, esa decisión la tomó tu madre. Si tienes algún problema, deberías hablarlo directamente con ella.
—Eso haré. Gracias, Roger.
Camino por los pasillos saludando con educación. No estoy de humor para charlas, quiero respuestas. Cuando llego al despacho de mi madre, su secretaria me informa que está disponible. Entro sin dudar.
—Buenos días, madre. ¿Podemos hablar?
Ella me mira con esa mezcla de ternura y autoridad que siempre me ha desconcertado.
—Sí, claro hijo, dime. ¿Qué tal vas en tu nuevo puesto? ¿Te gusta?
—Justo de eso quiero hablar. No me siento cómodo. Tengo el conocimiento y la experiencia, mamá. Puedo aportar mucho más a la empresa.
—Sé que tienes preparación, pero no puedes pretender llegar y mandar. Debes comenzar desde abajo —me explica, con tono firme.
—¿De verdad crees que no he estado leyendo todos esos informes que me enviabas todos estos años? Sé cómo manejas la empresa. Estoy listo para un puesto de mayor responsabilidad.
Ella me mira, sorprendida. Por un segundo, la noto conmovida.
—Vaya... no lo esperaba. Está bien, déjame unos minutos, voy a arreglarlo.
Mientras tanto…
Karina
Estoy enterrada en papeles, tratando de salir adelante con todo el trabajo acumulado. Hasta que la voz de Martha, la dueña, irrumpe en mi oficina.
—Karina, ven por favor. Necesito tu ayuda con mi hijo. Quiero que lo asesores en el área de finanzas. Explícale todo, apóyalo en lo que necesite.
La sangre se me hiela. ¿Su hijo? No puede ser… no, no, no...
Camino detrás de ella con una expresión neutral, aunque por dentro estoy gritando y queriendo escapar de ese sinvergüenza. Entramos a su oficina y, para mi desgracia, allí está él. Lance Mckeson, el chico del ascensor. Se levanta de la silla y me sonríe con una mezcla de sorpresa y diversión.
—Lance, ella es Karina. Va a ayudarte con todo —dice Martha, antes de retirarse.
—Mucho gusto. Soy Lance —dice él, extendiéndome la mano, manteniendo las apariencias como si fuera lo más natural de mundo.
—Un gusto —respondo, fingiendo que no me tiembla la voz.
—¿Vamos? —propone con una frialdad que me inquieta.
Camino a su lado conteniéndome. Le explico de manera profesional lo que implica su nuevo puesto, mientras mi mente se queja: ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? ¿Por qué él es mi maldita cita?
Cuando llegamos a su oficina, me detengo frente a la puerta.
—Aquí está tu oficina. En unos minutos te traigo los informes al día para ponerte al corriente en la empresa. ¿Necesitas algo más? —señalo con mi pose profesional, pero su mirada profunda me desconcierta y me deja sumida en mis dudas.
Lance
¡Diablos! No puedo dejar de mirarla, malo para mí, pero al menos conozco su nombre Karina. Lo incomodo es como habla con profesionalismo, como si buscará levantar muros entre nosotros, pero noto la tensión en su voz. Admito que me gusta verla así, intentando disimular su incomodidad.
—Sí Karina, necesito algo más —respondo con una sonrisa ladina—. No olvides nuestra cita mañana. Y… gracias por ser tú quien me oriente.
Ella se tensa.
—No pienso salir contigo, de ninguna manera —señala con su voz firme y tajante cruzándose de brazos. Levanto la ceja.
—¿Por qué no? —pregunto con genuina curiosidad dando un paso adelante.
—Porque no salgo con jefes… ni compañeros de trabajo —dice con un tono desafiante y provocador.
Le sostengo la mirada, acercándome apenas.
—Pues yo no soy ni tu jefe ni tu compañero.
—Peor aún —espeta ella, frunciendo el ceño—. Eres el hijo de la dueña, así que no hay cita, ni en tus sueños.
—Karina, te espero mañana en la cafetería —insisto, sin perder la sonrisa. No voy a darme por vencido a la menor negativa y ella tiene que entenderlo, tendremos una cita y mucho más.