Capítulo veintiuno

Sofia no comprendía de dónde había salido todo aquello, la audacia y astucia que había presentado en el juzgado de paz no eran propias de ella, aunque no iba a negar que se sintió satisfactorio ver el rostro desencajado de aquella mujer, porque si debía ser honesta, ella sentía un gran aprecio por Alexander desde siempre, el hombre era un magnífico jefe, una persona muy comprensible, y en esta última semana había aprendido a conocerlo desde otra perspectiva una más íntima, sus cortas charlas pero de contenido profundo habían causado que la simpatía hacia el mayor aumentará, al igual que su consideración hacia él, además se debía sumar de que ella había sido testigo del sufrimiento de aquel hombre.

Durante los primeros meses de trabajo lo vio ser un esposo abnegado, cumplir cada capricho de Lucrecia, moverse tras ella cual perro faldero y aun así, ser abandonado, entonces debía admitir que se sentía bien el haber hecho aquella magnífica actuación, aunque ahora las dudas la comenzaban a
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