Sofía ingresó en la habitación del hospital, sus ojos vagaron por Lucrecia, su rostro magullado y su torso vendado, pero aún así, no pudo sentir pena o así sea empatía por esa mujer, no cuando los Bach la habían ayudado a comprender que el afán de Lucrecia por Bautista, era pura y exclusivamente monetario, ¿dónde quedaba el amor de madre?, ¿el sentir que nace de cada mujer por el solo hecho de parir?, no lo comprendía, porque ella aún no paría y sin embargo, cada paso que daba, cada respiración de su cuerpo, estaba pura y exclusivamente abocada al bienestar de sus hijos, como también al de Bautista.
—Por un demonio, ¿vienes a reírte de mí? —fue lo primero que Lucrecia dijo, y Sofía simplemente la vio, no era el hecho de que la castaña estuviese recostada en la cama del hospital, más bien la forma en la que Sofía recorrió su ser, le dejaba más que en claro que la estaba viendo con superioridad, y no uno que le concediera el apellido Bach, era uno que Sofía se había ganado a pulso.
—Tú