La mañana después de que Nathaniel Vance abriera el sobre en el parque, el mundo se convulsionó. No hubo un amanecer tranquilo en su universo, solo el estruendo de una verdad que se extendía como un incendio forestal, y la filtración de los resultados de ADN fue instantánea, implacable.
Las pantallas de televisión de todo el país se iluminaron con una urgencia febril. En el despacho de su mansión, Vance, que no había dormido, observaba con los ojos inyectados en sangre el aluvión mediático. La cafetera zumbaba, pero él ya no sentía el aroma.
Solo un vacío frío.
Reportero 1, con un tono grave y serio, desde el set de un noticiero matutino: —Buenos días, América. Estamos aquí con una noticia de última hora que ha sacudido los cimientos de la política y el corazón de una nación. Nos llega confirmación de una de las revelaciones más impactantes de los últimos tiempos.
Reportera 2a su lado, con una expresión de solemnidad: —Así es, Michael. Fuentes extremadamente fiables nos han confirmado