El frío cañón de la pistola contra su frente era una sentencia de muerte silenciosa. Nathaniel Vance, el hombre más poderoso del mundo, yacía inmovilizado en su propia cama, rodeado por sombras. Los cuatro hombres encapuchados eran como fantasmas, moviéndose con una eficiencia aterradora en la oscuridad de su dormitorio presidencial. ¿Cómo habían entrado? ¿Cómo llegaron?
—Presidente, tenemos que hablar.
La voz del líder era un susurro grave, carente de toda emoción.
Vance no respondió de inmediato, sus ojos luchando por adaptarse a la penumbra, por registrar la imposible realidad. La Casa Blanca, el símbolo inexpugnable del poder estadounidense, había sido infiltrada. Su santuario violado. Vance sintió que estaba en peligro, que no era solo las sombras que atacaban desde la oscuridad, sino que eran un grupo organizado terrorista.
—¿Quiénes son? —preguntó Vance, su voz apenas un suspiro, la adrenalina comenzando a recorrerle el cuerpo.
Hubo un pequeño silencio.
—Eso no importa ahora. —