Mientras el reloj de la crisis seguía avanzando, una fecha significativa se acercaba sin que Vance lo supiera conscientemente. Seis meses. Medio año desde que la vida que Rebecca llevaba en su vientre había empezado a formarse. La vida de su hijo.
Ese día, Vance estaba en una reunión tensa con el Secretario de Defensa, discutiendo la viabilidad de un ciberataque preventivo contra los servidores que la Resistencia parecía usar.
La frustración era palpable.
—Presidente, es como golpear el agua. —dijo el Secretario, con los hombros caídos—. Cortamos uno y aparecen diez más. Es una hidra que no parará hasta haber enredado todo.
Vance escuchaba con la mitad de su atención, su mente nublada por la falta de sueño y la ansiedad. De repente, una alarma de emergencia parpadeó en la consola del General de las Fuerzas Conjuntas. La luz roja parpadeaba furiosamente.
—¡Señor! ¡Alerta! ¡Alerta máxima! —El General gritó, su voz tensa—. ¡Se ha detectado una intrusión masiva en las defensas del Liberty