El aire de la fábrica abandonada era espeso, tan frío que se sentía como una herida en los pulmones. Se arrastraba por el suelo de concreto, un hedor a óxido y productos químicos putrefactos en el aire, mezclado con el penetrante olor a sangre fresca que provenía de las heridas abiertas de Ellis.
Ellis, tirado en el piso de cemento, con su mano herida y una bala en el pecho, se quejaba, sus gemidos un sonido débil que se perdía en el eco. Sus ropas estaban empapadas en su propia sangre, un charco oscuro y siniestro que se extendía a su alrededor, pero la verdadera agonía aún no había comenzado.
Vance y Anastasia se pararon sobre él, sus rostros una máscara de frialdad absoluta, sus ojos, un vacío que se sentía más aterrador que cualquier arma. Ya no eran el presidente y su esposa, ni la asesina y su protegido. Eran dos depredadores unidos por un mismo propósito: la venganza.
—Vance... Anastasia... —gimió Ellis, su voz era un susurro que se rompió en un sollozo, el sonido de su gargant