El motor del auto rugía en el silencio de la noche, un sonido que se sentía como un grito de guerra.
Anastasia condujo por la carretera, el asfalto era una cinta negra y sin fin que la llevaba a su destino. La vieja fábrica de químicos abandonada a cien kilómetros de su hogar era un punto en el mapa, pero en su mente, era un infierno. Un lugar donde lo haría pagar y donde Ellis se arrepentiría de haber nacido. No dejó de pensar en cómo mataría a Ellis tan lentamente que desearía nunca haberla conocido. Le tocó todo lo que le importaba, a su padre y a su hijo, y pagaría por ello. Cada kilómetro que pasaba, su rabia se hacía más grande, un fuego que quemaba todo a su paso.
Llegó caída la noche al lugar, una estructura oscura y siniestra que se alzaba contra el cielo. El aire, que se sentía pesado, tenía el olor a óxido y a productos químicos.
El portón de metal, oxidado y chirriante, se abrió con un sonido que se sintió como una bienvenida. Bajó del auto y entró. El lugar era grande, un