El aire de Rumania era frío y denso, con un olor a tierra húmeda, a metal oxidado y a olvido. La camioneta negra se detuvo con un chirrido silencioso de los neumáticos sobre la grava. Vance bajó, sintiendo que el frío del exterior se filtraba directamente a sus huesos. Sus asesores le dijeron que no fuera, pero era obstinado.
El lugar era una antigua construcción de hormigón, una estructura masiva y decadente que se erigía contra el cielo nocturno como un esqueleto colosal. El viento soplaba con un lamento fantasmal a través de los agujeros de las ventanas rotas, y el eco de ese aullido de aire era el único sonido que se atrevía a romper el silencio. El cemento desmoronado, el metal retorcido y el rebar oxidado sobresalían de las paredes como costillas de un monstruo muerto. Era un escenario perfecto para la soledad y la confrontación final entre dos grandes titanes.
Anastasia esperaba en la penumbra como la dama de negro. Llevaba un gran abrigo de piel negro, su cabello negro, sus gu