Anastasia, con el arma en sus manos, sintió el peso de su decisión. El frío del metal era un recordatorio del poder que tenía sobre su vida. Lo apuntó a la frente, sus ojos, fijos en los de él, estaban llenos de una ira silenciosa.
—Si vas a matarme, no lo hagas así —dijo Vance, con una calma que sorprendió a Anastasia—. Dispara al corazón. Si vas a matarme, mata al corazón que te amó.
Anastasia, con una respiración temblorosa, le quitó el seguro al arma. El sonido del seguro fue un eco en la construcción, un sonido de un final inminente. Vance era el causante de su más grande dolor, pero también de ser el motivador de su odio. Por más que quisiera solo que el hombre desapareciera, se preguntaba qué sería de ella cuando él no estuviera más.
—Quiero matarte, Vance —dijo Anastasia, su voz era de una sinceridad brutal—. En serio quiero matarte.
Vance sentía la boca caliente del arma en su corazón.
—Lo sé —respondió Vance, con una sonrisa triste porque él lo quería más—. Y por eso, te pid