La entrevista de Vance, con su súplica desesperada y su lágrima solitaria, había incendiado las redes sociales.
El mundo se dividió en dos.
Por un lado, una ola de #apoyandoaVance inundaba las plataformas, con personas conmovidas por su vulnerabilidad. Se le veía como un hombre que, a pesar de sus errores, solo buscaba a la mujer que amaba y a su hijo.
Por otro lado, los debates morales sobre Anastasia y su decisión de fingir su muerte y ocultarse se encendieron. Algunos la veían como una víctima, otros como una mujer vengativa y cruel.
La narrativa global oscilaba entre la empatía por Vance y la indignación por el prolongado engaño.
En medio de este torbellino mediático, en la cabaña aislada en la inmensidad rusa, Anastasia preparaba su estocada final. Su semblante era el de una estratega, una jugadora de ajedrez que había movido sus piezas con paciencia y precisión. El plan, orquestado durante años, estaba a punto de llegar a su clímax.
Ellis, el líder visible de la resistencia, ent