La noticia de la tumba vacía cayó sobre el mundo como una bomba atómica, y el epicentro del caos fue la mansión de Nathaniel Vance. Los medios rusos, con una velocidad y una ferocidad inauditas, se encargaron de que el resto del mundo supiera la verdad a primera hora del siguiente día.
Las imágenes de la exhumación, el equipo forense, la orden del presidente ruso, y el silencio de Dmitri Slov, se convirtieron en la noticia principal de cada telediario. En cuestión de horas, los periodistas de todo el planeta, como una manada de lobos hambrientos, comenzaron a perseguir y acosar a Vance en todas partes, a la caza de una declaración, de un indicio de lo que significaba la resurrección de su esposa.
El jardín de la mansión se convirtió en un circo mediático, con cámaras, micrófonos y reporteros apostados las veinticuatro horas del día. Cada salida de Vance era una odisea, una carrera a través de un mar de preguntas y flashes cegadores.
Reportera (en vivo desde el cementerio ruso): —Estam