30. El Fuego y el Arrepentimiento
Isidora se había limitado a cenar sola en la mesa de reuniones. Matteo no le había hablado durante horas; se había limitado a trabajar en su laptop, dejando que cada clic de su ratón fuera un recordatorio constante de su nueva prisión.
El aire entre ellos vibraba con todo lo no dicho. Con la batalla que acababan de librar. Con la rendición que ninguno de los dos había anticipado completamente.
A la medianoche, Matteo cerró su laptop con un sonido que hizo que Isidora se sobresaltara.
—A la cama, Isidora —ordenó, su voz monótona, pero la orden era una invasión rotunda de su última frontera de control.
Isidora se levantó, su cuerpo rígido como una estatua. Se dirigió al vestidor que Matteo había preparado, buscando alguna defensa en la ropa, algún escudo contra lo que sabía que vendría.
—Ponte el camisón que te compré —dijo Matteo sin moverse de donde estaba.
—No. Me pondré la ropa de dormir que yo elija.
—Ponte el que yo te di. Es parte de lo que acordamos cuando entraste aquí.
Isidora