VIÑEDO ABANDONADO – AFUERAS DE PALERMO.El aire cargado de polvo y humedad se arremolinaba entre las columnas rotas y las hojas secas del viejo viñedo. El viento hacía chocar las puertas oxidadas de una antigua bodega vacía, como si el mismo pasado golpeara las paredes buscando entrar.Cristian permanecía quieto, la chaqueta negra abrochada hasta el cuello, las manos en los bolsillos. La brisa le revolvía el cabello oscuro. Sus ojos no se apartaban de los de Vittorio. Y aunque su cuerpo estaba firme, su respiración traicionaba una tormenta interna.—Cristian… —susurró Vittorio finalmente, con una mezcla entre incredulidad, furia contenida y algo parecido al temblor—. Estás vivo.Cristian sonrió apenas. No fue una sonrisa feliz. Fue una herida que se abrió y sangró por los labios.—Más que nunca. Y más fuerte que nunca. Me tomó años llegar aquí, Vittorio… Años para levantarme del suelo donde tu padre me arrojó. Años para convertirme en un hombre que pudiera pararse frente a ti sin temb
EXTERIOR – VIÑEDO ABANDONADO – ATARDECER.El sol comenzaba a ocultarse entre las colinas, bañando de un naranja melancólico las ruinas del viñedo. El coche negro esperaba a pocos metros del portón principal. Vittorio caminó despacio, con el rostro tenso, la mandíbula apretada, y los ojos todavía perdidos en lo que acababa de suceder.Cuando llegó al vehículo, Enzo, su hombre de confianza, salió del asiento del conductor y le abrió la puerta trasera. Pero Vittorio no subió. Se quedó de pie, mirando el horizonte con los hombros tensos.—Enzo… —dijo de repente, sin mirarlo—. Necesito que busques todo lo que puedas sobre él. Sobre Cristian Soto. Quiero saber dónde ha estado, con quién, qué ha hecho. No dejes nada fuera.Enzo se quedó en silencio un segundo. Luego, se aclaró la garganta con cautela.—Ya lo hice, señor —respondió—. Apenas supimos que alguien nuevo venía a cerrar tratos con usted, lo investigamos por precaución. Pero no sabía que era ese Cristian Soto.Vittorio giró lentamen
OFICINA CENTRAL – EMPORIO CARBONEPalermo, Italia.El despacho estaba sumido en un silencio elegante, cubierto por los cristales polarizados que dejaban ver el contorno de la ciudad. La decoración era sobria, masculina. Todo en tonos oscuros, cuero, madera negra, acero, whisky añejo. Un refugio de poder y control.Vittorio estaba de pie, junto a la ventana, con la mirada clavada en el horizonte, un vaso en la mano. Vestía traje oscuro, impecable. Llevaba la tensión en la mandíbula y un leve temblor en el pulgar que giraba lentamente el vaso entre sus dedos.La puerta se abrió con suavidad.—Señor Carbone, el empresario Soto ha llegado.La secretaria lo anunció con un tono casi ceremonial.Vittorio no giró inmediatamente. Dio un sorbo a su whisky. Solo cuando escuchó los pasos avanzar hacia el centro de la oficina, se dio la vuelta.Y entonces lo vio.Cristian Soto.Había cambiado. Ya no era aquel joven rebelde, de ojos brillantes y corazón a flor de piel. Era un hombre hecho y derecho
Cristian Soto apretó el paso, sintiendo cómo los libros bajo su brazo resbalaban ligeramente con cada movimiento apresurado. El sonido de sus zapatos golpeando el pavimento se mezclaba con el murmullo de la ciudad que recién despertaba. La mañana no había sido amable con él: primero, el tráfico lo había retrasado más de lo esperado, y luego, un pequeño altercado en la entrada de la universidad lo había hecho perder aún más tiempo. Ahora, estaba seguro de que llegaría tarde a su primera clase de literatura.Cuando finalmente alcanzó el edificio de la facultad, subió las escaleras de dos en dos, intentando no pensar en la mirada de reproche que recibiría al entrar al aula. Tomó aire antes de empujar la puerta con cuidado y deslizarse dentro, esperando no llamar la atención. Para su fortuna, el profesor estaba concentrado en la pizarra, escribiendo con letra firme y elegante.Cristian avanzó entre las filas de pupitres hasta encontrar un asiento libre. Apenas se dejó caer en la silla, si
Cristian se dejó caer en la silla ejecutiva de su oficina con un suspiro de agotamiento. Cerró los ojos por un momento, dejando que su cabeza descansara contra el respaldo de cuero negro. Su cuerpo estaba extenuado, su mente saturada. La universidad, la empresa y el peso de la familia Soto estaban consumiendo su juventud a un ritmo alarmante.Con un gesto automático, subió los pies sobre la mesa de cristal frente a él, sin importarle la imagen que daba. Aquel despacho, aunque elegante y decorado con un gusto sobrio, no le ofrecía consuelo. Era solo un recordatorio de la responsabilidad que ahora cargaba sobre sus hombros, una carga que nunca pidió pero que debía soportar.El sonido de unos ligeros golpes en la puerta lo sacó de su letargo.—Buenas tardes, señor Soto. Tiene una visita —anunció la voz firme pero cautelosa de su secretaria.Cristian entreabrió los ojos con fastidio.—¿Quién es? —preguntó con desdén, sin molestarse en bajar los pies de la mesa. Luego frunció el ceño y mir
Vittorio mantuvo la mirada fija en él por un segundo antes de aceptar el apretón. Su mano era firme, segura, pero lo que más le llamó la atención a Cristian fue la ligera presión que ejerció antes de soltarlo. Un gesto mínimo, pero intencionado.Cristian no apartó la vista de Vittorio mientras ambos retiraban sus manos. Había algo en su expresión, en la forma en que su boca se curvaba apenas en una sonrisa casi burlona, que le resultaba intrigante.El silencio en la oficina se hizo espeso por un instante, pero el patriarca Carbone lo rompió con elegancia.—Vittorio estará encargándose de nuestros negocios familiares a partir de ahora —anunció con calma, volviendo a centrar su atención en Cristian—. Quise traerlo personalmente para que ambos se conocieran. Estoy seguro de que trabajarán bien juntos.Cristian asintió, cruzando los brazos sobre su pecho mientras miraba de nuevo a Vittorio.—Entonces supongo que tendré que acostumbrarme a verle con frecuencia —comentó, su tono no dejaba e
El aire nocturno de la ciudad de Milán en 1980 tenía un aroma particular, una mezcla de humo, gasolina y el leve perfume de la libertad que solo los más osados sabían saborear. Las luces de neón titilaban en las calles, reflejándose en el pavimento mojado por la llovizna de la tarde. Frente a la imponente fachada de Style Company Sot, Vittorio Carbone esperaba con la paciencia de un depredador en reposo, apoyado despreocupadamente contra su motocicleta.La moto, una Ducati 900SS negra con detalles plateados, relucía bajo las luces de la empresa, imponente y elegante como su dueño. Vittorio vestía una chaqueta de cuero negro y unos guantes oscuros, sus botas descansaban en el suelo mientras jugueteaba con las llaves del vehículo entre sus dedos.Cristian apareció en la entrada, con su característico porte serio y una expresión de cansancio marcada en su rostro. Como era de esperarse, llevaba consigo un portafolio de cuero marrón y una mochila negra colgada de un hombro. Parecía el refl
Vittorio tomó a Cristian del brazo y lo guió a través de la multitud que aún murmuraba sobre la pelea. Algunos lo miraban con respeto, otros con cautela, pero nadie se atrevía a desafiarlo. Había dejado claro quién mandaba ahí.Más adelante, en el centro del terreno baldío, varias motocicletas estaban alineadas, listas para la carrera. Los pilotos revisaban sus máquinas con meticulosa concentración, mientras el sonido de motores rugiendo calentaba el ambiente. Las apuestas se movían rápidamente, billetes pasaban de mano en mano, y las miradas se llenaban de emoción.Cristian observó el escenario con interés, pero sin dejar de lado su postura analítica. No estaba ahí por placer, sino porque Vittorio lo había arrastrado. Sin embargo, algo en la energía del lugar le resultaba adictivo.Vittorio se apartó un momento y se acercó a una motocicleta específica: una Suzuki Katana 1100 negra y roja, con detalles personalizados en el tanque y un escape modificado que hacía temblar el suelo con s