Palermo, madrugada gris. Hospital Umberto I.El grito de Sofía rasgó el aire como un cuchillo sobre seda. Retorcida sobre la camilla, con las sábanas empapadas de sudor y lágrimas, apretaba los dientes mientras la partera le indicaba que empujara con fuerza. Afuera, la lluvia azotaba los ventanales como si el cielo supiera que ese no era un nacimiento feliz. No había nadie a su lado. Ni familia, ni amigas, ni su esposo. Solo el eco del dolor, el latido entrecortado del monitor fetal, y el pánico temblando en sus ojos.Sofía gritó de nuevo. La partera y los médicos se miraban entre sí, concentrados, apurando el momento. Un último esfuerzo. Un empujón más. Y entonces… el llanto. El primer llanto desgarrador de una criatura recién llegada al mundo. Un niño.—Es un varón —dijo la partera, mostrándoselo fugazmente antes de llevárselo a limpiar—. Saludable.Sofía no dijo nada. No lloró. Solo giró el rostro hacia la ventana, agotada. En silencio. Vacía.Dos horas después, Vittorio entró por
Dos semanas después – Mansión Carbone, Palermo.El sol ardía sin compasión sobre el mármol blanco de la entrada principal. Invitados de todas partes de Sicilia llegaban uno tras otro, vestidos de gala, con sonrisas de compromiso y miradas cargadas de sospechas, ambiciones y pactos. Era el bautizo de James Carbone, el heredero. El evento había sido anunciado con la urgencia de una declaración de poder. Juan Carlos, aún convaleciente en su lecho, no había sido invitado. Vittorio ya no se molestaba en fingir jerarquías.La catedral había estado llena de humo de incienso, cánticos latinos y fotógrafos discretos que capturaban cada movimiento de los asistentes. Pero ahora, la verdadera puesta en escena era el banquete. Sofía, vestida con un conjunto blanco de encaje, caminaba entre las mesas con una copa en la mano y una sonrisa que no llegaba a sus ojos. A su lado, una niñera cargaba a James, arropado con una manta de lino bordada con hilos dorados y sus iniciales.Vittorio estaba en el
Los meses comenzaron a correr con el mismo ritmo implacable del tiempo. James Carbone, ese pequeño ser que había llegado al mundo en una fría sala de hospital, crecía bajo la mirada distante pero constante de su padre. Vittorio, en silencio, luchaba con ese sentimiento desconocido que se abría paso como una grieta en su armadura de hielo.En los primeros días, solo iba al cuarto del niño al anochecer, cuando Sofía dormía, o fingía hacerlo. Se acercaba a la cuna sin hacer ruido, observaba al bebé respirar, sus pequeños dedos cerrándose en puños, su pecho latiendo con vida. Una noche, cuando James comenzó a llorar, Vittorio lo cargó por primera vez. No supo cómo calmarlo, pero lo sostuvo contra su pecho con torpeza, murmurando palabras en italiano que nadie más debía oír: "Non so se posso amarti... ma prometto proteggerti".Con el paso de los meses, el vínculo entre ellos creció. El bebé comenzó a gatear, a buscarlo con la mirada cada vez que lo sentía cerca. Vittorio lo alimentaba, lo
La noche se había cerrado como un telón pesado sobre Palermo cuando el Maserati negro cruzó las verjas de hierro forjado de la mansión Carbone. Las luces de los faroles del jardín se encendieron automáticamente, bañando el camino empedrado con un brillo cálido y elegante. Los empleados ya sabían que cuando Vittorio regresaba, nadie debía interrumpir su paso.James, con sus once años recién cumplidos, estaba en el salón, junto al piano. Había aprendido a tocarlo por decisión de su madre, pero le costaba concentrarse. Siempre estaba alerta al rugido del motor de ese auto que significaba tanto, que traía de vuelta a su padre aunque fuera por unos minutos.Cuando escuchó las ruedas sobre la grava, dejó caer la partitura y corrió hacia la puerta principal. La abrió antes de que los mayordomos pudieran hacerlo.—¡Papá! —gritó con alegría y los ojos brillantes.Vittorio apenas acababa de detener el coche. La puerta del conductor se abrió y él bajó con su porte siempre imponente. Derek lo imi
Los días pasaban lentamente en la mansión Carbone. La presencia de Derek ya no era una novedad, aunque la tensión con Sofía seguía flotando en el aire, como un gas inflamable esperando una chispa. Sin embargo, para James, la llegada de Derek fue algo diferente. En él, el niño de 11 años vio algo que no había encontrado en nadie más: comprensión, silencio, una especie de hermandad sin palabras. En Derek vio la posibilidad de algo genuino, algo que no era afectado por las expectativas de sus padres o la sombra de la mafia que se cernía sobre ellos.Una tarde, mientras James estaba en su habitación, sentado en el borde de la cama, Derek tocó la puerta suavemente. James levantó la vista, sorprendido.—¿Puedo entrar? —preguntó Derek, con un tono tímido, aunque la pregunta parecía más una excusa para estar cerca.James asintió con una sonrisa. Derek se acercó y, al verlo, notó el desorden de su habitación: libros esparcidos por el suelo, papeles, y una pila de ropa arrugada.—¿Por qué no re
PALERMO, 10:42 A.M. — EXTERIOR DEL INSTITUTO PRIVADO DANTE ALIGHIERI.El sol golpeaba con fuerza sobre las losas del patio de fútbol. James Carbone, con la camiseta ligeramente sudada y el cabello oscuro pegado a la frente, miraba a los tres chicos que lo rodeaban con una mezcla de furia y desafío. Era alto para sus quince años, pero no lo suficiente como para no notar la diferencia de tamaño entre él y los otros. Uno de ellos, el más corpulento, le empujó el hombro con fuerza.—¿Qué pasa, principito? —se burló el más alto, uno de los hijos de un empresario que había perdido mucho poder gracias a decisiones de Vittorio Carbone—. ¿Vas a llorar ahora? ¿Vas a llamar a tu papá mafioso?James apretó los dientes. Sabía lo que decían de su familia, y aunque tenía el apellido más temido de Palermo, eso no lo salvaba del veneno de los adolescentes resentidos. No era de los que se callaban, y mucho menos de los que huían.—Al menos tengo un padre —escupió James con rabia, sin apartar la mirada—
MANSIÓN CARBONE – TARDE NUBLADA.El sonido de los neumáticos sobre la grava anunció la llegada del auto negro que traía a los muchachos. La puerta de la mansión se abrió antes de que el chófer pudiera siquiera apagar el motor. Vittorio apareció en la entrada como una sombra elegante y temible, el abrigo largo colgando con peso de sus hombros, el rostro tenso. Había sido informado por uno de los escoltas del colegio, y su mandíbula seguía apretada desde entonces.James bajó primero. Tenía el labio roto, un ojo ligeramente morado y el cuello de la camisa manchado de sangre. Detrás de él, Derek salió con los nudillos enrojecidos, abiertos, aún con restos de sangre seca. No parecía arrepentido. Al contrario, caminaba como quien ha cumplido su deber.Vittorio no dijo nada al principio. Caminó hacia ellos en silencio. Sus ojos escanearon cada centímetro del rostro de su hijo biológico. James aguantó la mirada, intentando mantenerse firme, pero apenas se le tensó la boca, Vittorio lo tomó po
MANSIÓN CARBONE – COMEDOR PRINCIPAL – NOCHE.El comedor estaba iluminado por una araña de cristal que lanzaba destellos tenues sobre la larga mesa de caoba. La cena había sido servida: risotto de setas, carne asada, ensalada fresca. Pero el ambiente era todo menos apacible.Sofía, impecable en un vestido azul medianoche, entró con paso elegante y alzó la vista al ver a su hijo menor tomar asiento. Sus ojos se clavaron como dagas en el rostro de James. Se detuvo en seco.—¿Qué es eso en tu cara? —espetó, cruzando la mesa hacia él.James, que ya tenía el tenedor en la mano, alzó la mirada con un gesto resignado. Derek, sentado frente a él, tensó la mandíbula. Vittorio ni siquiera levantó los ojos de su plato.—Mamá, no empieces —murmuró James.—¡¿No empiece?! ¿Te viste en un espejo, James? ¡Estás golpeado! ¡Desfigurado! —Sofía se volvió hacia Derek de inmediato—. ¡Fuiste tú! ¡Tú lo llevaste a eso!Derek se incorporó de golpe, la silla chirrió contra el suelo. Sus nudillos vendados desca