Los meses comenzaron a correr con el mismo ritmo implacable del tiempo. James Carbone, ese pequeño ser que había llegado al mundo en una fría sala de hospital, crecía bajo la mirada distante pero constante de su padre. Vittorio, en silencio, luchaba con ese sentimiento desconocido que se abría paso como una grieta en su armadura de hielo.En los primeros días, solo iba al cuarto del niño al anochecer, cuando Sofía dormía, o fingía hacerlo. Se acercaba a la cuna sin hacer ruido, observaba al bebé respirar, sus pequeños dedos cerrándose en puños, su pecho latiendo con vida. Una noche, cuando James comenzó a llorar, Vittorio lo cargó por primera vez. No supo cómo calmarlo, pero lo sostuvo contra su pecho con torpeza, murmurando palabras en italiano que nadie más debía oír: "Non so se posso amarti... ma prometto proteggerti".Con el paso de los meses, el vínculo entre ellos creció. El bebé comenzó a gatear, a buscarlo con la mirada cada vez que lo sentía cerca. Vittorio lo alimentaba, lo
La noche se había cerrado como un telón pesado sobre Palermo cuando el Maserati negro cruzó las verjas de hierro forjado de la mansión Carbone. Las luces de los faroles del jardín se encendieron automáticamente, bañando el camino empedrado con un brillo cálido y elegante. Los empleados ya sabían que cuando Vittorio regresaba, nadie debía interrumpir su paso.James, con sus once años recién cumplidos, estaba en el salón, junto al piano. Había aprendido a tocarlo por decisión de su madre, pero le costaba concentrarse. Siempre estaba alerta al rugido del motor de ese auto que significaba tanto, que traía de vuelta a su padre aunque fuera por unos minutos.Cuando escuchó las ruedas sobre la grava, dejó caer la partitura y corrió hacia la puerta principal. La abrió antes de que los mayordomos pudieran hacerlo.—¡Papá! —gritó con alegría y los ojos brillantes.Vittorio apenas acababa de detener el coche. La puerta del conductor se abrió y él bajó con su porte siempre imponente. Derek lo imi
Los días pasaban lentamente en la mansión Carbone. La presencia de Derek ya no era una novedad, aunque la tensión con Sofía seguía flotando en el aire, como un gas inflamable esperando una chispa. Sin embargo, para James, la llegada de Derek fue algo diferente. En él, el niño de 11 años vio algo que no había encontrado en nadie más: comprensión, silencio, una especie de hermandad sin palabras. En Derek vio la posibilidad de algo genuino, algo que no era afectado por las expectativas de sus padres o la sombra de la mafia que se cernía sobre ellos.Una tarde, mientras James estaba en su habitación, sentado en el borde de la cama, Derek tocó la puerta suavemente. James levantó la vista, sorprendido.—¿Puedo entrar? —preguntó Derek, con un tono tímido, aunque la pregunta parecía más una excusa para estar cerca.James asintió con una sonrisa. Derek se acercó y, al verlo, notó el desorden de su habitación: libros esparcidos por el suelo, papeles, y una pila de ropa arrugada.—¿Por qué no re
Cristian Soto apretó el paso, sintiendo cómo los libros bajo su brazo resbalaban ligeramente con cada movimiento apresurado. El sonido de sus zapatos golpeando el pavimento se mezclaba con el murmullo de la ciudad que recién despertaba. La mañana no había sido amable con él: primero, el tráfico lo había retrasado más de lo esperado, y luego, un pequeño altercado en la entrada de la universidad lo había hecho perder aún más tiempo. Ahora, estaba seguro de que llegaría tarde a su primera clase de literatura.Cuando finalmente alcanzó el edificio de la facultad, subió las escaleras de dos en dos, intentando no pensar en la mirada de reproche que recibiría al entrar al aula. Tomó aire antes de empujar la puerta con cuidado y deslizarse dentro, esperando no llamar la atención. Para su fortuna, el profesor estaba concentrado en la pizarra, escribiendo con letra firme y elegante.Cristian avanzó entre las filas de pupitres hasta encontrar un asiento libre. Apenas se dejó caer en la silla, si
Cristian se dejó caer en la silla ejecutiva de su oficina con un suspiro de agotamiento. Cerró los ojos por un momento, dejando que su cabeza descansara contra el respaldo de cuero negro. Su cuerpo estaba extenuado, su mente saturada. La universidad, la empresa y el peso de la familia Soto estaban consumiendo su juventud a un ritmo alarmante.Con un gesto automático, subió los pies sobre la mesa de cristal frente a él, sin importarle la imagen que daba. Aquel despacho, aunque elegante y decorado con un gusto sobrio, no le ofrecía consuelo. Era solo un recordatorio de la responsabilidad que ahora cargaba sobre sus hombros, una carga que nunca pidió pero que debía soportar.El sonido de unos ligeros golpes en la puerta lo sacó de su letargo.—Buenas tardes, señor Soto. Tiene una visita —anunció la voz firme pero cautelosa de su secretaria.Cristian entreabrió los ojos con fastidio.—¿Quién es? —preguntó con desdén, sin molestarse en bajar los pies de la mesa. Luego frunció el ceño y mir
Vittorio mantuvo la mirada fija en él por un segundo antes de aceptar el apretón. Su mano era firme, segura, pero lo que más le llamó la atención a Cristian fue la ligera presión que ejerció antes de soltarlo. Un gesto mínimo, pero intencionado.Cristian no apartó la vista de Vittorio mientras ambos retiraban sus manos. Había algo en su expresión, en la forma en que su boca se curvaba apenas en una sonrisa casi burlona, que le resultaba intrigante.El silencio en la oficina se hizo espeso por un instante, pero el patriarca Carbone lo rompió con elegancia.—Vittorio estará encargándose de nuestros negocios familiares a partir de ahora —anunció con calma, volviendo a centrar su atención en Cristian—. Quise traerlo personalmente para que ambos se conocieran. Estoy seguro de que trabajarán bien juntos.Cristian asintió, cruzando los brazos sobre su pecho mientras miraba de nuevo a Vittorio.—Entonces supongo que tendré que acostumbrarme a verle con frecuencia —comentó, su tono no dejaba e
El aire nocturno de la ciudad de Milán en 1980 tenía un aroma particular, una mezcla de humo, gasolina y el leve perfume de la libertad que solo los más osados sabían saborear. Las luces de neón titilaban en las calles, reflejándose en el pavimento mojado por la llovizna de la tarde. Frente a la imponente fachada de Style Company Sot, Vittorio Carbone esperaba con la paciencia de un depredador en reposo, apoyado despreocupadamente contra su motocicleta.La moto, una Ducati 900SS negra con detalles plateados, relucía bajo las luces de la empresa, imponente y elegante como su dueño. Vittorio vestía una chaqueta de cuero negro y unos guantes oscuros, sus botas descansaban en el suelo mientras jugueteaba con las llaves del vehículo entre sus dedos.Cristian apareció en la entrada, con su característico porte serio y una expresión de cansancio marcada en su rostro. Como era de esperarse, llevaba consigo un portafolio de cuero marrón y una mochila negra colgada de un hombro. Parecía el refl
Vittorio tomó a Cristian del brazo y lo guió a través de la multitud que aún murmuraba sobre la pelea. Algunos lo miraban con respeto, otros con cautela, pero nadie se atrevía a desafiarlo. Había dejado claro quién mandaba ahí.Más adelante, en el centro del terreno baldío, varias motocicletas estaban alineadas, listas para la carrera. Los pilotos revisaban sus máquinas con meticulosa concentración, mientras el sonido de motores rugiendo calentaba el ambiente. Las apuestas se movían rápidamente, billetes pasaban de mano en mano, y las miradas se llenaban de emoción.Cristian observó el escenario con interés, pero sin dejar de lado su postura analítica. No estaba ahí por placer, sino porque Vittorio lo había arrastrado. Sin embargo, algo en la energía del lugar le resultaba adictivo.Vittorio se apartó un momento y se acercó a una motocicleta específica: una Suzuki Katana 1100 negra y roja, con detalles personalizados en el tanque y un escape modificado que hacía temblar el suelo con s