Episodio 42

La lluvia caía como un murmullo constante sobre el empedrado del camino que conducía a la mansión Carbone. Las luces del coche de Vittorio atravesaron la bruma del anochecer como dos cuchillas incandescentes. A esa hora, el silencio envolvía la propiedad, solo interrumpido por el eco lejano del motor apagándose.

Vittorio bajó del auto sin paraguas, con el rostro empapado, la mandíbula tensa, la mirada clavada en la entrada. Llevaba el saco abierto, el cuello de la camisa desordenado. Se notaba distinto. Más serio. Más decidido. Algo en él se había roto o, quizás, endurecido aún más.

Sofía lo vio desde la galería. Llevaba una bata de seda azul claro, el cabello recogido con descuido. Bajó los escalones casi corriendo.

—¡Vittorio! —exclamó al verlo—. ¿Dónde estabas? ¿Por qué llegas así?

Él no se detuvo. Caminó con paso firme hasta las escaleras de mármol, sin apartar la mirada de ella. Cuando estuvo frente a ella, se quitó el abrigo mojado y lo lanzó sobre una silla.

—Empieza a empacar
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