La sala de espera del hospital estaba casi vacía, iluminada solo por las luces frías del techo y el sonido intermitente de los pasos del personal médico. Alessandro estaba sentado en uno de los bancos rígidos, con los codos apoyados sobre las rodillas, la cabeza agachada y el rostro hundido en sus manos. Su traje impecable estaba arrugado, manchado con pequeñas gotas de sangre que aún no se secaban. La sangre de Enzo.
No hablaba. No respiraba con normalidad. El silencio que lo envolvía era denso, como un castigo autoimpuesto. Había llevado a su pareja directo al peligro, y ahora estaba pagando el precio.
—Señor Moretti —dijo una voz suave a su lado.
Era James Carbone, con su porte tranquilo pero con el ceño ligeramente fruncido por la tensión. Sean se mantenía unos pasos atrás, observando con la misma mezcla de preocupación y rabia.
—¿Te han dicho algo ya? —preguntó James.
Alessandro negó lentamente. Tenía los ojos enrojecidos y la mandíbula tensa. Su voz tardó en salir.
—Lo metí en e