VIOLA
Los días posteriores a esa confesión fueron extraños: tranquilos por fuera, pero turbulentos por dentro.
Lucas y yo ya no nos comunicábamos. Ni mensajes, ni llamadas, ni saludos incómodos en la galería como de costumbre. Parecíamos retirarnos en silencio, cada uno ocupado con las heridas que nos habíamos infligido mutuamente.
Y en medio de ese vacío, el mundo seguía girando.
Andreas finalmente vino a verme después de meses de evitarme. Recuerdo que esa mañana estaba sentada en el jardín detrás de la galería, observando a los pajaritos posados en la cerca. El cielo estaba nublado, pero por alguna razón, ese día ya no me sentía pesada.
Entonces escuché pasos pesados detrás de mí.
—Viola.
Me di la vuelta. Andreas estaba allí de pie, con una pequeña sonrisa rígida, con el rostro más delgado que la última vez que lo vi. En la mano llevaba una taza de café que estaba casi fría.
—Pensé que nunca volverías —le dije sin girar completamente la cabeza.
—Yo también lo pensé —se sen