Killiam
Aprieto los puños y la quijada cada vez que ese maldito látigo se clava en el vestido de mi mate, desgarrándolo junto con su piel.
Sufro con ella, porque su dolor me es transmitido a través de la marca, pero la furia y el desconcierto me paralizan.
«Ella es inocente. Es nuestra compañera», insiste mi lobo, «Ella ama tanto a Lael, ¿cómo pudo matarlo?».
Ya lo sé, ¿cómo no iba a saberlo?
Lara trata a Lael con aún más atención que Morana. Cuando Lael la llama "Mamá dulce", la ternura en sus ojos no es fingida; sin embargo, la ira de haber visto el cuerpo sin vida de mi primogénito lo silencia. Necesito venganza… aunque eso me destruya en el acto.
—Killiam… —su llamado hace que el corazón me salte en el pecho, pero me esfuerzo por ocultarlo.
Me duele en carne propia su sufrimiento, mas no puedo ayudarla. De alguna manera se debe aplacar la ira de Morana y los nobles hasta que se descubra la verdad.
No soporto cuando Morana le pega, y mi lobo me i***a a decapitarla por su insolencia, mas me controlo…
«No pudo ser ella», insiste mi lobo.
Pero todo apunta a que sí.
El príncipe comió la galleta que la misma Lara le preparó. Y la sabia vidente confirmó que tenía veneno de ella.
—¡Ya basta! —rujo, hastiado y desesperado por acabar con esta pesadilla.
La observo arrodillada allí, luciendo demasiado frágil, tan diferente a la luna que me preparaba para los combates con armas venenosas. Ella espera que le dé esperanzas, me ruega que no la abandone, pero le fallo.
—¡Enciérrenla! —Mi orden se le clava en el pecho como una espada afilada.
Ya no me atrevo a mirarla. No soy capaz de verla tirada en la oscuridad, sin una manta para el frío, sin comida caliente, herida y sola… Mi corazón se rompe en mil pedazos, pero no puedo salvarla. Ella asesinó a mi cachorro.
***
Hoy es el tercer día de la muerte de mi cachorro y le daremos sepultura. La sabia vidente lo ha mantenido intacto, pero ya es hora de dejarlo descansar.
Con pasos torpes avanzo al salón donde yace mi hijo. Había evitado venir aquí para que esta maldita realidad no me golpeara una y otra vez.
Verlo sin vida tres días atrás fue lo más doloroso que había experimentado en toda mi existencia, y no quiero repetir ese impacto.
Inspecciono el lugar con cautela y, por fortuna, Morana no está cerca. No estoy de humor para soportarla.
—Cachorrito… —balbuceo mientras me acerco al ataúd tallado en oro y adornado con piedras preciosas—. Te fallé como padre y alfa, no supe protegerte. Yo… nunca me perdonaré haber llegado tarde.
El dolor es tan fuerte que se siente como si una bola de hierro me golpeara una y otra vez.
El lujo y la pulcritud hacen honor al príncipe. Acá hay flores de las especies más preciosas y costosas, con perfumes exquisitos… ¿Y de qué sirve todo eso? ¿Acaso el lujo y la extravagancia me lo devolverá?
Siento el cosquilleo de las lágrimas al rodar por mis mejillas, y ni siquiera me molesto en limpiarlas; ya es costumbre llorar.
Mis ojos irritados se clavan en su rostro pequeño, tan inocente… Él posee mis ojos azules y el cabello rojizo de su madre. Pero es lo único que tiene de ella, pues todos aseguran que es idéntico a mí.
Mi heredero, mi orgullo, mi niño…
Verlo allí, sin vida, es un golpe devastador.
En cualquier momento espero que abra sus ojitos. Que me sonría. Que me haga esas preguntas raras que solo a él se le ocurrían…
Pero nada de eso sucede.
Ya no podrá sonreír, ni hablar, ni abrazarme. Sus ojitos ya no me mirarán con admiración ni su voz chillona me llenará de preguntas. Ya no correrá por las calles del castillo ni por el campo que nos rodea.
Ya no crecerá y se convertirá en mi heredero.
Después de la ceremonia, no lo volveré a ver…
¡Con un demonio! Golpeo el suelo con todas mis fuerzas; se agrieta bajo mi puño. La sangre mancha su pulido perfecto. No siento dolor en la mano porque el que tengo en el corazón bloquea todo lo demás. Solo quiero morirme y dejar de sentir y pensar…
—Su majestad, disculpe la interrupción —dice un mensajero que aparece sin ser invitado.
¡Qué insolente! ¿Cómo se atreve a interrumpirme? Siento ganas de desquitar mi ira y frustración con él, pero me contengo.
—¿Qué quieres? —arrastro las palabras, tenso.
—Vine a avisarle que las pruebas están listas. Se ha revelado quién es el asesino del príncipe heredero —informa, y sus palabras se clavan en mi pecho como lanzas afiladas.
Me quedo rígido; por un leve momento siento que el corazón se me detiene. Tengo alivio y miedo al mismo tiempo. Las pruebas están ahí, listas para que las vea.
«Sabrás que nuestra mate es inocente», asegura mi lobo.
De verdad quiero creerle…
Mi corazón late desbocado cuando entro al amplio estudio donde están Morana, la sabia vidente, algunos testigos y el investigador del reino.
Una gran pantalla se encuentra frente a nosotros; supongo que me mostrarán los videos de las cámaras de seguridad que pedí.
Siento un nudo en el pecho al verlas. Las pruebas están justo ante mis ojos.
—Su majestad —me hacen reverencia.
Los ignoro, pues solo me interesa ver las malditas pruebas y salir de esta tortura que me ahoga.
—Muéstrenme al culpable…
De inmediato las imágenes se reflejan en la pantalla…
Mi corazón termina por destrozarse.
—Como puede ver, la luna misma horneó las galletas —dice la vidente.
Luego pasan a otra imagen.
No se ve el rostro, pero sí el vestido y la capa que usa Lara cuando hace frío. Hay un envase que ella había comprado meses atrás. Es delicado y contiene las chispas coloridas y dulces que a Lael le gustaban en sus postres.
Por eso ella lo había comprado.
Entonces, las manos que lo sostienen segregan energía morada… Ella envenenó las chispas coloridas…
—¡Esa maldita zorra! —grita Morana, desgarrada y llena de furia.
Me presentan otra toma… Lara lleva las galletas a mi cachorro en el jardín. Le dice al príncipe que debe ponerse un abrigo, le da un beso en la cabeza y sonríe mientras él empieza a comer.
Luego se va.
Ni siquiera se queda a ver el resultado de su crimen.
Se me encoge el corazón. La Lara de la pantalla se mueve con naturalidad, sin forzarla.
—Aquí está el envase y las muestras de laboratorio. También encontramos las huellas de la luna —informa el investigador—. No hay duda, ella es la asesina del heredero del reino.
Todo a mi alrededor da vueltas y mis ojos arden. Mi cuerpo tiembla y apenas logro respirar. No puedo aceptarlo, ella no…
¿Por qué me hizo esto mi amada luna? Después de todo lo que hice por ella…
Todas las pruebas apuntan a Lara.
Mi lobo se debate frenéticamente en su mente:
«¡Imposible! ¡Ella no hizo eso! ¡Algo debe estar mal!».
Pero mientras miro las imágenes en la pantalla, las pruebas, siento que mi mundo se derrumba. He perdido a mi hijo, y ahora, ¿voy a perder también a mi mate?
—¡Majestad, las pruebas son irrefutables! ¡La asesina debe ser ejecutada! —grita Morana—. ¡Venganza por nuestro hijo!
No digo nada, solo miro la pantalla. Lara sonríe mientras le entrega las galletas y le da unas palmaditas en la cabeza a Lael. La ternura en sus ojos no parece fingida.
Pero la prueba está justo delante de mí.
¿Qué debo creer?