Capítulo 4

Lara

Tres largos días…

Es el tiempo que llevo aquí sin una respuesta y sometida a un trato cruel.

No tengo comida ni agua, solo paja fría y una herida que empeora. El veneno del acónito sigue extendiéndose, y mi cuerpo se debilita cada vez más, y casi no tengo fuerzas ni para levantar las manos.

Killiam bloqueó la conversación telepática cuando le insistí que me escuchara, y eso desgarró mi corazón.

Me hizo sentir sola y desamparada.

—Killiam, ven por mí —sollozo—. Demuéstrales a todos que soy inocente…

Me acurruco en la paja, con lágrimas corriendo por mis mejillas.

De repente, escucho pasos y susurros acercándose.

Mi corazón late con frenesí y mi cuerpo tiembla por algo más que el frío que cala esta celda; palpita por la anticipación de lo que pueda suceder.

¿Serán más guardias enviados por Morana para torturarme? ¿O quizás traerán comida al fin? ¿O tal vez es Killiam quien viene por mí?

Eso me da esperanza.

El sonido pesado de la puerta inunda el angosto lugar, dejando un eco inquietante. A medida que se acerca la figura, los latidos de mi corazón se aceleran y respirar se vuelve difícil; debo hacerlo por la boca para no asfixiarme.

Busco con ansiedad, pues el acónito me ha privado de mi olfato.

Killiam… ¿eres tú? ¿Viniste por mí al fin?

La puerta chirría al cerrarse tras la figura que entra. Los temblores en mi cuerpo aumentan y el nudo en mi estómago se aprieta aún más por la incertidumbre. No sé si verlo será un alivio o un castigo.

—¡Aquí estás, maldita asesina! —La voz ronca de Killiam rompe el silencio fúnebre de la celda y deja un eco doloroso en mi corazón.

¿Cómo me ha llamado…?

Me quedo atónita y tardo mucho tiempo en reaccionar.

—¡Yo no lo hice! ¡Debes creerme, mi amor! —grito, desesperada.

Estoy confundida.

¿Por qué me trata como si estuviera segura de mi culpa?

Su risa es como un golpe que me deja helada. No hay diversión en sus facciones, solo burla y sufrimiento.

—¿Creerte? ¿Por qué debo creerte?

—¡Te lo juro, Killiam! —insisto, pero él niega una y otra vez, como si más que contradecirme luchara contra sí mismo.

Suelto un grito cuando su mano grande se aprieta en mi cuello, sin medir la fuerza, con odio, como si quisiera borrarme de su vida para siempre.

No…

—Mi amor… debes creerme… —mis lágrimas ruedan hasta la mano que me sofoca.

—¡¡No me llames así!! —me grita—. Te vi, Lara… —Su voz se quiebra—. ¿Acaso olvidaste que tengo cámaras en el palacio? ¿O pensaste que se te perdonaría tu pecado?

Tiemblan mis manos mientras su agarre se endurece.

—No… —susurro apenas, mi garganta presa bajo su palma. Mis lágrimas caen sobre sus manos.

Un atisbo de vacilación cruza sus ojos, pero rápidamente es reemplazado por odio.

Veo el rencor reflejado en el océano de su mirada. Su azul se oscurece tanto que se vuelve tenebroso.

Su mano aprieta… casi siento que floto fuera de mi cuerpo, sacudida por la falta de oxígeno. Mis ojos se viran y mi boca se abre en desesperación.

¿Voy a morir? ¿A manos de quien más amaba?

Justo cuando estoy a punto de perder el conocimiento, afloja su agarre. 

Caigo al suelo, jadeando, con un dolor abrasador en la garganta.

—¿Por qué, Lara? Yo te amo más que a mí mismo. Te di la corona, una vida digna, un título… y hasta mi corazón. Mi hijo también te amaba… ¿por qué ser tan cruel con un cachorro inocente?

Sus lágrimas me atraviesan. Pese a que nuestro vínculo está débil, puedo percibir su dolor.

—No lo hice… realmente no… —balbuceo.

—¡Deja de mentir! —Se levanta de repente y patea el montón de paja que está a su lado, lo que provoca que vuele por todas partes—. ¡Tengo las malditas pruebas! Ahora pagarás. Te juro que lamentarás haberte metido con mi hijo, maldita asesina.

Me lanza al suelo.

Mi cuerpo herido tiembla por el impacto, pero ese dolor es nada comparado con el vacío que siento en el alma.

Mi garganta arde y respirar pesa.

—¡¡Killiam, por favor!! —imploro.

Me arrastro hacia él y me aferro a sus pies, perdiendo la poca dignidad que me queda. Le suplico, pero me patea.

Estoy pasmada. Killiam nunca me había maltratado… hasta ahora.

Y me deja aquí, perdida y abandonada.

¿Qué pruebas tiene? ¿Por qué no me las muestra?

Empiezo a dudar de mí misma.

—No… yo no le hice daño al príncipe —niego entre sollozos, hasta perder el conocimiento.

No sé cuánto tiempo permanezco inconsciente, pero el vacío en mi estómago me recuerda mi desdicha.

Odio despertar. ¿Por qué no me matan de una vez? Es mejor morir que seguir viviendo este infierno.

«¡No!», grita mi loba.

La marca en mi cuello arde como fuego y mi cuerpo se sacude con convulsiones violentas.

Los restos de mi corazón se fragmentan y mi alma sangra.

«¡Mi mate! ¡No la toques, no!», exclama mi loba.

Estoy sorprendida de poder sentir su esencia, pues no debería, debido al acónito.

—¡Me duele! —grito, desesperada.

De repente, me inundan el asco, la rabia, la ira, los celos.

La marca arde y mi alma se quiebra.

—Killiam, no… —lloro.

Mi mate… él me está traicionando. Puedo sentirlo. Está con otra loba.

—¡¡Killiam!! —vuelvo a gritar, luchando contra las cadenas de poder.

Y lo percibo en carne propia…

El olor de otra hembra se cuela a través del vínculo. Lo que antes me pertenecía, lo íntimo entre nosotros, ahora se mezcla con alguien más y es profanado.

Su desahogo y su satisfacción se burlan de mí.

Killiam me ha sido infiel.

Él me traiciona… ¿Es esta su forma de vengarse? ¿No parará hasta destruirme por completo?

Entonces, ha logrado su objetivo, porque estoy muerta por dentro.

Y mi amor por él… se está convirtiendo en puro odio.

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