Lara
Los nobles me abuchean y piden mi muerte mientras Morana intenta hacerme daño. De repente, logra llegar a mí y los guardias no la detienen esta vez.
Morana alza su brazo y empieza a golpearme. Repite la acción y mi rostro danza a merced de sus movimientos.
Más sangre brota de mi nariz y la rabia quema dentro de mi ser.
Las náuseas se tornan insoportables, así que mi cuerpo se encorva y las arcadas resultan en vómito mezclado con sangre.
—¡Ya basta! —la voz de Killiam estalla en la plaza, potente, amenazante, con ese eco autoritario que nos eriza los vellos a todos.
No puedo evitar mirarlo. Sus puños están tan apretados que sus nudillos se tornan blancos. Su mirada azul se transforma en puro carmesí y su quijada tensa evidencia que su lobo podría salir y devorarnos a todos.
—¡Ella asesinó a mi hijo! —refuta Morana, colérica y en llanto—. Debo vengarlo. Tienes que concederme la justicia de nuestro cachorro. ¡Mataré a esa zorra con mis propias manos!
—¡Cállate! —le ordena, hastiado y furioso—. ¿Quién te crees que eres para decirme lo que debo hacer? Soy yo quien decide, no tú. Mi lu... —Killiam se detiene, carraspea y corrige—: La prisionera será juzgada como todos. ¡Llévenla al calabozo!
La prisionera...
Ya no soy su luna.
—Killiam... —lo llamo, pero él ni siquiera me mira—. ¿Me sentenciarán sin un juicio? —le pregunto con toda la firmeza que puedo reunir desde mi estado moribundo.
—¡No vale la pena hacer un juicio! —replica Morana, fuera de sí—. Tu asqueroso veneno mató a mi cachorro. ¡Siempre supe que fue un error traerte a la manada! Eres una abominación, un monstruo peligroso.
Todos me abuchean y me lanzan palabras horribles.
No puedo evitar sentirme pequeña y frágil, y peor aún, desamparada.
—¡No soy un monstruo! —Echo la cabeza hacia atrás de golpe, pues se me hace difícil pronunciar esas palabras debido al acónito que me debilita—. Que hayan utilizado mi veneno no significa que yo lo hice. ¿Dónde están las pruebas de que soy la asesina? No pueden juzgarme solo porque soy diferente.
Y sí, lo soy…
Mitad licántropo, mitad fae. Una combinación que me dota de poderes, pero que no debió darme el don del veneno ni de la destrucción de metales. Por eso fui la vergüenza de mi familia.
Y ahora, soy el monstruo de la manada de mi mate.
—¡Tengo testigos! —grita Morana, iracunda y amenazante—. ¡Mataste a mi hijo porque él sería el heredero del alfa! ¡No soportabas que tus futuros y mugrientos cachorros estuvieran debajo de él! ¡Maldita!
Eso es ridículo. A mí no me importaba que su hijo fuera el heredero. Yo amaba a Lael…
Lloro de impotencia y lucho contra las cadenas de energía que me aprisionan; solo así pueden someterme. La vidente sabia me tiene bajo su poder, bloqueando el mío, evitando que mi cuerpo cree un antídoto contra el acónito.
Rendida y muy débil, busco la mirada de mi mate. Sus ojos lucen cristalizados y rojizos, su ceño está fruncido y sus manos en puños.
—Killiam... —balbuceo, sin fuerzas—. Si me matan, el verdadero asesino estará suelto. Killiam, me tendieron una trampa... Killiam, ¿de verdad crees que yo maté a Lael?
Su cuerpo se pone rígido por un momento, pero no mira hacia atrás.
Su silencio empieza a levantar rumores y especulaciones entre los nobles, quienes se quejan junto a Morana, demandando mi muerte.
—¡Es el hijo del alfa quien fue asesinado! ¡El criminal no merece siquiera un juicio! —grita el gamma, amigo de la familia de Morana.
—¡El alfa se debilita porque ella es su mate! ¡Tiene que mostrar equidad y justicia! —se une una mujer; me parece que es la administradora del castillo, cercana a Morana.
—¡Yo soy el rey alfa! —exclama Killiam al fin, irritado—. Ya he dado la orden. ¿Creen que mi cachorro valía tan poco como para hacerle justicia con una muerte tan simple? No. Su asesino vivirá el infierno en carne propia.
Y esa declaración, tan fría, tan cargada de odio y amenazas, es lo que hace que el terror se sienta punzante y desgarrador. Y entonces me arrastran en dirección a mi encierro.
Las cadenas de energía amarilla son jaladas por la sabia vidente mientras los guardias me empujan para que camine más rápido; sin embargo, solo puedo tambalearme, entorpecida por mis heridas, el mareo y la debilidad que me impide ir al ritmo que ellos esperan.
—¡Muévete, asesina! —profiere uno de los guardias con tono burlesco y me da un empujón que me hace caer.
¡Qué insolente!
Antes me respetaban y hasta me hacían reverencia. Ahora solo soy la burla y diversión.
¡Es tan decepcionante!
Los vellos se me erizan cuando empezamos a recorrer los calabozos. Siento el frío en mi piel y huesos, la aversión en forma de asco y el terror porque esto se hace cada vez más real.
De verdad me van a encerrar en ese lugar mohoso, húmedo y escalofriante.
—¡Llegamos, Alfa! —anuncia uno de los guardias cuando nos detenemos frente a una celda enorme, no tan polvorienta como las demás y con paja, beneficio que pocas tienen.
Me quedo paralizada frente al temible calabozo que desprende un desagradable olor a humedad y abandono.
No puedo aceptar que este sea mi destino.
Killiam, al igual que yo, observa el calabozo con ambivalencia.
—Su majestad, ¿podemos encarcelar a la prisionera ya? —le pregunta la vidente.
Killiam aprieta los puños, mira a todos y luego a mí.
Su ceño se frunce y traga pesado.
—No puede dar su brazo a torcer ahora —le reclama la sabia vidente, como si temiera que el alfa se echara para atrás—. Usted es el rey alfa, el ejemplo de la justicia. No puede ser imparcial. Además... ¡Ese niño era su hijo! ¿Preferirá a su asesina?
—¡Ya basta! —grita él, hastiado y abrumado.
—Alfa, aunque la luna resultara inocente, debe hacerse una investigación. Mientras tanto, la regla es mantenerla encerrada. Ese es el proceso correcto y no se debe hacer excepción de persona. Usted, como rey alfa, sabrá hacer lo que es correcto —insiste la vidente.
Y tiene razón...
Debo demostrar mi inocencia, pero mientras tanto, me toca sufrir el encierro.
Esa es la regla...
Pero tengo el presentimiento de que hay una conspiración en mi contra, y aquí encerrada no podré demostrarlo.
—Enciérrenla... —ordena al fin, pero sin su tan característico tono autoritario e intimidante.
Con brusquedad, soy lanzada a este solitario y siniestro calabozo, que me arropa con su frío y lúgubre ambiente.
Desde mi oscuridad, le doy una última mirada a Killiam, pero él la evade, se da la vuelta y se marcha.
Y yo me quedo aquí desamparada, herida y amarrada con cadenas de energía que neutralizan mis poderes, preguntándome si aún significo algo para Killiam o si soy tan poca cosa como para deshacerse de mí sin siquiera investigar antes.
Toco la marca de mi mate en mi cuello. Antes estaba caliente, pero ahora está fría como el hielo.
Killian, ¿de verdad crees que soy la asesina? Si es así, ¿qué significa nuestro pasado?