Killiam
Los días transcurren como si fueran un parpadeo ajeno, pues no los percibo. Sé que el sol sale y se pone, que todo sigue su curso natural, pero estoy tan vacío que no siento nada.
Es como si este letargo me estuviera consumiendo de forma lenta y dolorosa y, aun así, no me importa morir en esta destrucción sutil y holgazana.
Solo sé que respiro. A veces madre me obliga a comer y, aunque los alimentos son insípidos para mi paladar, me los trago para no escuchar la cantaleta repetida de ella.
Me tiene harto.
Suelto un largo suspiro y me levanto de la cama. El mareo hace que todo a mi alrededor dé vueltas y la molestia en los ojos me provoca frotarlos fuerte, como si con esa acción pudiera aliviarlos.
—Debo salir de este trance —me digo—. Esto me está afectando, no solo en mi rol como rey alfa, también en mi salud. Sin embargo, ¿me importa mi bienestar? Yo merezco la muerte.
Me dirijo al baño y un leve recuerdo me atraviesa para torturarme. Juro que escucho su voz.
—Killiam, cari