La decisión estaba tomada.
Ahora, Valentina ya no buscaba verdades por rabia.
Lo hacía por justicia. Por los años robados. Por los silencios impuestos.
Por todo lo que su padre disfrazó de legado… y que ahora sabía que era crimen puro.
—¿Cómo lo llamamos? —preguntó Tomás, mientras abrían la carpeta digital.
Valentina no dudó.
—Caso D.
El nombre quedó grabado en el encabezado, sobre un fondo negro.
Una carpeta cifrada, con respaldos automáticos en la nube y una clave que solo ambos conocían.
Esa noche no durmieron.
Revisaron cada archivo que Valentina tenía del sobre entregado años atrás por Alonso Ortega.
Contactaron a dos fuentes: una periodista exiliada por amenazas hace cinco años, y un excontador que había trabajado para Duarte hasta que “renunció” justo después de un escándalo financiero que fue tapado por la prensa.
Valentina los llamó desde un número cifrado.
—Estoy investigando una red de lavado —dijo sin dar nombres—. Pero creo que tienes algo que puede ayudarme a conectar lo