La cita fue breve. Un mensaje seco en su correo:
> “Te necesito en mi despacho. Urgente. Tema legal.”
—Sebastián Reyes.
Valentina dudó por una fracción de segundo.
Pero luego, respiró hondo y fue.
Como siempre. De frente. Sin temblar.
Cuando entró a su oficina, lo encontró de pie, junto a la ventana, con el rostro vuelto hacia la ciudad.
No la miró al principio. Solo habló con la voz grave y tensa que ella ya conocía… pero esta vez rota por dentro.
—¿Te estás acostando con Bellini?
Valentina no respondió. Cerró la puerta. Se apoyó en ella.
La tensión era tan densa que casi podía cortarse.
—No me interesa tu vida personal, Sebastián —dijo con voz firme.
Él se giró. La miró.
Y por primera vez en mucho tiempo, no parecía el CEO.
Parecía un hombre al borde de un derrumbe.
—No me jodas —escupió—. Llevas días provocándome. Jugando conmigo. Pensando que puedes manejarme.
Y luego te sientas en las piernas de ese imbécil… como si no supiera lo que estás haciendo.
—¿Y si supieras? —respondió el