Valentina no reaccionó con furia.
Ni con lágrimas.
Ni siquiera con orgullo herido.
Respondió como lo hacen las mujeres que saben lo que valen.
Con inteligencia. Con frialdad. Con clase.
El discurso improvisado había sido solo el inicio.
La verdadera jugada comenzaba ahora.
Al día siguiente, Valentina asistió al almuerzo privado que el comité organizaba con los inversionistas italianos. Era una reunión más íntima, exclusiva, donde las alianzas se cultivaban entre brindis y silencios estratégicos.
Eligió un vestido beige ajustado, de tela suave, que no mostraba demasiado… pero lo insinuaba todo.
Llevaba el cabello recogido en un moño impecable, la espalda erguida, y los labios pintados en un tono carmesí que parecía una advertencia.
**No estaba ahí para huir.
Estaba ahí para dominar.**
Cuando llegó, Sebastián ya estaba en su sitio, conversando con un ejecutivo de Milán.
Ella lo saludó con una leve inclinación de cabeza, sin detenerse.
Se sentó justo al frente.
Lo suficiente para que la