Valentina eligió su ropa con precisión quirúrgica.
Nada era casual. Ni el escote profundo pero elegante, ni la falda ceñida que rozaba sus muslos como una promesa, ni los tacones negros que marcaban cada paso con autoridad.
No lo hacía por él.
Lo hacía por ella.
El vestido era como una armadura tejida con fuego.
Oscuro. Inmaculado. Inolvidable.
Desde aquella noche en su oficina, Sebastián Reyes no existía.
No lo había llamado. No le había respondido ningún gesto.
Y cada vez que pensaba en él, en cómo había jadeado su nombre, en cómo la había mirado después… sonreía con una calma venenosa.
Ahora, tenía algo más importante: una reunión con el comité ejecutivo de la empresa.
Un nuevo contrato. Un paso más en la jugada.
Y, por supuesto, Sebastián estaría allí.
**Pero esta vez como espectador. No como protagonista.**
Cuando cruzó las puertas de la sala de juntas, todo se detuvo por un segundo.
Cuatro hombres, dos mujeres, todos trajes y papeles.
Y él.
Sentado al fondo de la mesa, en su sil