La mañana siguiente comenzó en silencio. El tipo de silencio que no era paz, sino la antesala de algo inevitable.
Valentina revisaba documentos frente a su laptop cuando escuchó el timbre. Un sonido breve, cortante. Tomás se levantó de inmediato, alerta. No habían pedido nada.
Al abrir la puerta no había nadie. Solo un sobre negro, sin marcas, colocado cuidadosamente sobre el felpudo.
Lo recogió con cautela y lo llevó a la mesa.
—¿Es una amenaza? —preguntó.
Valentina lo abrió sin responder.
Dentro, una hoja de papel grueso, color marfil. Tipografía sobria. Palabras breves, pero precisas:
Señorita Valentina Duarte:
Ha llamado mi atención.
Lo inesperado me entretiene.
Esta noche, a las 9:00 p. m., hay un asiento reservado para usted en el Club Aurora, sala privada.
Solo usted.
V. Montenegro
Valentina lo leyó dos veces. Luego lo dejó sobre la mesa como si quemara.
Tomás lo tomó, lo escaneó con la mirada, y maldijo en voz baja.
—¿Vas a ir?
Ella lo miró sin pestañear.
—No tenemos opción.
—