La "lista roja" no era un mito. Era un archivo oculto entre los pliegues más oscuros del poder, una red de sicarios invisibles, funcionarios corruptos y mercenarios de la desinformación listos para activarse con una sola orden de Isabel. Y esa orden ya se había dado.
Antes de que amaneciera, dos fiscales habían sido seguidos. Uno de ellos —el mismo que había aceptado reabrir el caso contra Montenegro— sufrió un aparatoso accidente en una curva solitaria de la vía al Llano. No sobrevivió. La prensa lo trató como un simple evento vial.
El otro apenas logró esconderse cuando notó que su casa había sido forzada. Solo alcanzó a dejar un mensaje de voz a Tomás antes de desaparecer:
—Están limpiando, Tomás. Están limpiando a todos.
---
Mientras tanto, en el refugio de los protagonistas, Valentina ya no se sentía refugiada. Las paredes de esa finca le parecían cada vez más delgadas, más vulnerables. Sin embargo, su cabeza era un volcán encendido. Su mente trabajaba incluso cuando sus labios c