La noche había caído con una calma engañosa. En todo el país, televisores y celulares vibraban con una misma notificación: *Transmisión especial en cadena nacional. 8:00 p.m.*
Nadie entendía cómo lo habían logrado. La mayoría creía que solo los gobiernos tenían el poder de hablarle al país entero al mismo tiempo. Pero Valentina y Sebastián tenían algo más poderoso: las pruebas.
El reloj marcó las ocho. La pantalla negra dio paso al rostro firme de Valentina Duarte. Vestía una blusa oscura, el cabello recogido, y los ojos encendidos con una mezcla letal de verdad, dolor y determinación.
—Mi nombre es Valentina Duarte —comenzó, sin rodeos—. Y durante años llevé un apellido que no entendía, que me pesaba. Hoy sé por qué.
La transmisión no tenía cortes ni edición artificial. Era cruda. Honesta. Real.
—Vengo a mostrarles lo que nos han ocultado. Lo que le ha costado la vida a jueces, fiscales, empresarios y periodistas. Lo que corrompió el corazón de este país desde las oficinas más altas.