Isabel encendió su cigarro con la lentitud de quien ya no le teme a nada.
Observaba la noche desde una terraza privada en la zona alta de la ciudad, oculta en una finca que no existía en ningún registro oficial.
Una mujer de negro le informaba los avances: algunos arrestos, unas capturas “controladas”, y rumores. Solo rumores.
—¿Y Diego? —preguntó Isabel sin girar la cabeza.
—Cayó, señora. Como ordenó.
Isabel exhaló el humo con suavidad.
—Al final, fue más débil de lo que pensaba. Los hombres con corazón son los más fáciles de romper.
La mujer bajó la cabeza, sabiendo que no debía opinar.
Isabel volvió a quedarse sola, rodeada de silencio.
O eso creía.
En una habitación oculta de ese mismo lugar, alguien monitoreaba los canales de noticias con frialdad quirúrgica.
Isabel no lo sabía aún, pero lo que ocurría allá afuera ya no estaba bajo su control, ya no podía ordenar, lo había perdido todo aunque aún no tenía conciencia de ello.
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En simultáneo, en el centro de operaciones de Valen