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—¿Listos? —preguntó Valentina, con el dedo temblando sobre el botón de “publicar”. La respiración contenida. El corazón latiendo con fuerza. Sabía que después de ese clic, no habría vuelta atrás.
Sebastián asintió sin despegar los ojos del portátil. La pantalla mostraba el archivo cargado, las pruebas alineadas, la red esperando el rugido.
Tomás, firme junto a la ventana, vigilaba con binoculares de largo alcance desde el piso catorce, recorriendo cada sombra sospechosa entre los techos y la calle desierta.
—El protocolo de emergencia está activo —confirmó con voz tensa—. Si nos tumban, todos los servidores se encriptan y migran en menos de un segundo.
Valentina tragó saliva. En sus venas ya no había miedo, sino furia concentrada. La sangre le ardía. Se inclinó un poco hacia el computador.
—Primer nombre: **Esteban Murcia**, senador en ejercicio. Mano derecha de Isabel Duarte durante más de quince años. Socio estratégico en paraísos fiscales, y cerebro logístico detrás de la red