Un zumbido sordo y persistente resonaba en mi cabeza, una sinfonía de dolor que pulsaba en cada una de mis sienes. No era un dolor agudo, sino una presión sorda, como si un peso invisible se hubiera posado sobre mi cráneo. El frío se filtraba a través de mi ropa y me envolvía, un abrazo gélido que me hizo temblar. La oscuridad era total, una manta pesada que no dejaba pasar ni un solo rayo de luz. No sabía dónde estaba, no sabía qué había pasado. Mi mente, aturdida y confundida, intentaba reconstruir los eventos, pero solo encontraba fragmentos, pedazos de un recuerdo aterrador. El taller en la noche. El silencio. El ruido. Los pasos. La figura encapuchada. El golpe en el estómago. La mano en mi boca. Y luego, nada. El vacío. La nada.
Sentí una punzada de pánico que me hizo tragar saliva. Mis manos, que intenté mover, se encontraron con una resistencia extraña. Estaban atadas. Mis pies, de la misma forma, estaban sujetos. El nudo en mi estómago se hizo más grande, un nudo de miedo y d