El éxito del desfile de primavera se sintió como una ola gigante de alivio y triunfo que nos arrastró a Layla y a mí. A pesar del caos y el drama personal que lo empañaron al final, la respuesta del público y de la crítica había sido abrumadoramente positiva. Los pedidos comenzaron a llover sobre nosotros casi de inmediato, y por primera vez en mucho tiempo, el taller de Laurent Designs ya no se sentía como un barco a la deriva, sino como un puerto bullicioso y lleno de vida. La carga financiera que había pesado sobre mis hombros desde que asumí la dirección se aligeró, y con cada factura pagada, sentía que una parte de mi alma se curaba.
Las primeras semanas fueron un torbellino de trabajo. Layla y yo nos sumergimos de lleno en la producción de los pedidos, trabajando desde el amanecer hasta el anochecer. Lo primero que hicimos con las ganancias fue una lista. Una lista de deudas. Cada cheque que firmaba, cada recibo que archivaba, era una pequeña victoria. Había deudas con proveedor