Aprender a defenderme con Karla no suena como el mejor plan del mundo, pero le sigo la corriente. Ella y Constanza siempre han respaldado mis locuras, así que aquí estoy, recogiendo mi cabello en una cola alta, lista para lo que venga.
—¿Por qué estoy haciendo esto? —pregunto, ajustando la coleta.
—Porque tarde o temprano desgreñarás a la zorra francesa que vive en tu casa. Y como no quiero que te den la golpiza del año, necesitas aprender a golpear. Además, a Héctor también le debes unos buenos catos —responde Karla, con esa seguridad que la hace parecer invencible.
—Ok, lo pillo —me detengo frente a ella—. Pero ¿no sería mejor ir a clases de boxeo con profesionales en lugar de practicar contigo?
—Tonterías. Empecemos.
Karla es puro fuego: cabello oscuro, piel bronceada, ojos cafés profundos y una actitud coqueta que derrite. Constanza, en cambio, es hielo: rubia, ojos azules claros, piel pálida y un filo en las palabras que corta. Es como si sus personalidades se hubieran intercambi