El espejo me devuelve la imagen de un hombre que apenas reconozco. Los golpes al saco de boxeo y las mañanas corriendo bajo el sol abrasador de Monterrey han esculpido mi cuerpo, un lienzo de músculos tensos que agradezco en silencio. Pero esta noche, el cansancio me pesa como una losa. Levanto la playera hasta dejar mi abdomen al descubierto, enfocando la cámara hasta la altura de mi nariz. Me siento como un idiota tomándome estas fotos, pero Luciana tiene ese don: hacer que lo absurdo parezca un juego. Sonrío al enviarle la imagen con un mensaje que no suena a mí: “Soñaré contigo”. ¿Desde cuándo soy tan cursi? Presiono enviar, y dos minutos después, marco su número, incapaz de esperar.
No pasa un segundo antes de que su voz irrumpa, cálida y burlona.
—Hola, chico calenturiento.
—Hola, muñequita sexy —respondo, y su risa, fresca como una brisa, me arranca una sonrisa.
—Gracias por el cumplido —bromeo.
—Tienes un abdomen increíble —dice, y puedo imaginarla mordiéndose el labio—. Aunq