Gabriel / No puedo verte sin desear tocarme.
El día ha sido un desastre, y el cielo gris, cargado de nubes que amenazan con romperse, parece burlarse de mi estado de ánimo. Prometí a mis amigos una aventura épica en Cuatrociénegas, pero aquí estoy, atrapado en un bar polvoriento, aburrido hasta los huesos, mientras Adolfo y los demás se pierden en risas y tragos con un grupo de extranjeras que vinieron a emborracharse y buscar sexo. Mi orgullo está herido, pero lo que realmente me quema es la ausencia de Luciana. Ni una llamada, ni un maldito mensaje explicando por qué se esfumó. Mi corazón da tumbos, como si estuviera al borde de un precipicio, y lo odio. Si fuera una mujer en pleno periodo, seguro estaría llorando con alguna balada de Luis Miguel, dejando que el ritmo lento me ablande el alma. Pero soy Gabriel Garza y Garza, y aquí estoy, solo, con un nudo en el pecho y una cerveza tibia en la mano.
La noche es fría, interminable, y el silencio del pueblo me asfixia. Espero, contra toda lógica, que Luciana aparezca al amanecer