El amanecer se filtraba por las cortinas motorizadas de la suite. El silencio era absoluto, roto solo por el sonido distante del tráfico neoyorquino y el ritmo lento de mi propia respiración.
Me desperté sintiendo el peso familiar de un brazo fuerte sobre mi cintura. Spencer Blackwood estaba durmiendo a mi lado, desnudo, con su rostro en calma, completamente despojado de la máscara de CEO gélido.
El recuerdo de la noche anterior me golpeó con fuerza. La vergüenza, el pánico y, para mi consternación, una punzada de deseo renovado. Había sido imprudente, pero la explosión había sido real.
Me moví para levantarme, pero el brazo de Spencer se tensó.
—No te muevas, Casey —Su voz era un ronroneo matutino, más profundo y desarmador que su tono de oficina.
Abrí los ojos para encontrar los suyos fijos en mí. Ya había recuperado la claridad, pero había una suavidad en sus ojos grises que nunca le había visto.
—Tenemos que irnos. El jet... —dije, sintiendo la urgencia de huir.
Spencer me jaló má