Estefanía se limpió los pies en el tapete antes de entrar a la bonita casa de Williams, en cuya sala cabía su departamento entero. Vaya vida tenían los ricos.
—Pues sí que parece un hotel.
Ninguna fotografía familiar decoraba las paredes.
—¿Quieres beber algo?
—Un té, por favor.
Colgó su bolso en el perchero, dejó su cactus en la mesa de centro y siguió a Williams a la cocina. La amplitud del espacio y sus múltiples muebles podían ser la envidia de cualquiera. Intentó disimular su asombro, pero hasta las luces colgantes le parecieron hermosas.
—¿Qué te gustaría para cenar? —preguntó el presumido.
—¿Va a cocinar usted o alguna empleada? Debe tener muchas para limpiar una casa tan grande.
—Las tengo, pero vienen solo por la mañana. Yo cocinaré —abrió el refrigerador y vio que apenas había unos envases de aderezos—. Corrijo, no cocinaré. No les avisé que regresaría y no hicieron las compras. Habrá que ordenar algo.
Estefanía asintió, viéndolo prepararle el té. Recibió su taza y