Lunes.
Estefanía se presentó en la oficina como de costumbre, puede que con mucho más aceite de sándalo encima. Había llamado a su jefe el mismo día sábado, luego de hablar con Zack, pero tenía el teléfono apagado.
Sentada tras su escritorio, miraba la puerta de la oficina de su jefe, preguntándose si llegaría. A la luz de lo ocurrido, la cena y la charla que habían tenido le parecían absurdas. Absurdos sus besos, absurda su libreta y sus anotaciones. Absurda ella, que había considerado la posibilidad de estar con él.
A las nueve de la mañana, recibió una llamada de su jefe. Había tanto que quería decirle.
—Buenos días —dijo al contestar.
—Buenos días, Estefanía. Quiero que suspendas todas mis reuniones de manera indefinida y que me envíes los contratos que iba a tramitar Mateo en Australia. Estoy acá y me haré cargo personalmente. Él ya lo sabe, está al tanto de todo.
Ella se quedó sin aire. ¡Su jefe estaba en Australia! Había huido del país.
—Lo haré, pero necesito sab