El suave tintineo de una cadena y un tirón que apretó el cuello, acelerando el pulso, remeció a Sheily lo suficiente como para sacarla de su sueño. Anduvo por la casa en pijama, descalza y somnolienta. La luz de la cocina estaba encendida y fue hasta ella cual polilla. Frente al mesón, Zack preparaba algo. Los músculos de su espalda se marcaban con cada maniobra. Amasaba y Sheily quiso hundir sus manos también en las esponjosidades de su cuerpo.
Permaneció en el umbral, silenciosa y atenta. Qué cautivante le parecía observar a alguien que obraba impulsado por la pasión: un ejecutivo discutiendo acaloradamente en una reunión de negocios o un hombre que, por fin, era libre para dejar salir su talento.
Qué atractivo le pareció Zack en aquel momento. Se frotó el cuello, sin sacudirse todavía las sensaciones de aquel sueño.
—¿Te vas a quedar ahí mirando o me vas a venir a ayudar? —inquirió él, que se había percatado de su presencia cuando el aire le llevó su tibieza y la sutil esencia d