Un golpe en la puerta.
Seco, autoritario. Una citación. El sonido se tragó el zumbido del refrigerador y el murmullo del tráfico, dejando un silencio denso en mi pequeño apartamento. Mi corazón se detuvo, solo para reanudar su ritmo con la furia de un pájaro enjaulado. Mi mano se presionó contra el papel arrugado, mi tortura de la última hora. La prueba de que mi vida como "Ana Stevens" había sido una farsa, un castillo de naipes a punto de colapsar. Isabela Moretti. Mi nombre. Mi fantasma. Mi sentencia.
El sobre había llegado sin remitente, una bomba de relojería silenciosa en mi buzón. Dentro, el documento oficial que solo una persona en el mundo podría haber obtenido con esa facilidad, con esa arrogancia. Alessandro Lombardi. Él. Estaba aquí.
Un segundo golpe, más firme, más impaciente. La madera vibró, subiendo por mis piernas como una corriente eléctrica. Me encogí, retrocediendo hacia el centro de la sala como un animal acorralado. El miedo. Puro y paralizante, helándome la sang