Capitulo 24. El Arte del Desvio
La palabra matrimonio quedó suspendida en el aire del búnker, una carga de profundidad lanzada en aguas tranquilas, esperando detonar. Por un instante eterno, el universo perfectamente controlado de Alessandro Lombardi se detuvo. Isabela lo vio, con una claridad aterradora que se grabó en su memoria, cómo la máscara se resquebrajaba. No fue una simple fisura, fue un estallido silencioso. Vio el shock puro, la vulnerabilidad desnuda de un hombre atrapado en el centro exacto de su secreto mejor guardado. Fue un segundo, no más. Pero fue suficiente para saber que había golpeado oro.
Y entonces, el maestro del control demostró por qué era el rey.
La máscara no solo volvió a su sitio; fue reemplazada por una de acero reforzado, forjada en un fuego interior que Isabela ni siquiera podía empezar a comprender. Una risa corta, seca y completamente despectiva brotó de sus labios. Fue un sonido tan artificial, tan calculado, que le heló la sangre. Era una risa que no buscaba divertir, sino ridic