El silencio que siguió a las palabras del extraño fue tan denso que Brianna podía escuchar el latido de su propio corazón retumbando en sus oídos. La habitación principal de la cabaña, iluminada solo por el fuego crepitante de la chimenea, parecía haberse encogido alrededor de ellos.
El hombre permanecía de pie frente a ellos, su figura alta y delgada proyectando una sombra alargada sobre el suelo de madera. Su rostro, parcialmente oculto bajo una capucha de color índigo, revelaba solo una barba canosa y unos ojos que brillaban con un conocimiento ancestral.
—Soy un Testigo del Origen —anunció con voz profunda que parecía resonar desde las entrañas de la tierra—. He viajado durante décadas siguiendo el rastro de los linajes antiguos. Y tú, Brianna, eres la culminación de uno que creíamos extinto.
Damien se interpuso entre el extraño y ella, su postura tensa, listo para atacar.
—No sé quién demonios eres, pero tienes diez segundos para explicarte antes de que arranque tu garganta —gruñ