La luna se alzaba como un ojo pálido y vigilante sobre el territorio Blackthorn. No era una luna cualquiera; era la luna de sangre, la que despertaba los instintos más primitivos, la que hacía hervir la sangre y doblegaba voluntades. Brianna lo sentía en cada célula de su cuerpo mientras corría escaleras arriba, con la respiración entrecortada y el pulso desbocado.
No era normal. Nunca había experimentado algo así. Era como si su piel fuera demasiado pequeña para contener lo que crecía dentro de ella.
Se encerró en su habitación y aseguró la puerta con llave, apoyando la espalda contra la madera mientras intentaba controlar su respiración. Sus dedos temblaban y un calor insoportable recorría su columna vertebral.
—Contrólate —se susurró a sí misma, cerrando los ojos con fuerza—. Solo es la luna. Solo es...
Un aullido lejano la hizo estremecerse. No era cualquier aullido. Era él. Damien. Y algo en su interior respondió como un eco, un tirón invisible que la llamaba hacia el bosque.
"No