El viento cambió de dirección, trayendo consigo un aroma que no pertenecía al bosque. Brianna se detuvo en seco, con los sentidos alerta. No era una sensación como las demás. Era más primitiva, más instintiva. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral mientras sus ojos escudriñaban entre los árboles.
Algo los observaba.
—¿Lo sientes? —susurró, sin atreverse a mirar a Damien, que caminaba unos pasos por delante.
El Alfa se detuvo, tensando cada músculo de su cuerpo. No necesitó responder. Su postura lo decía todo: hombros rígidos, mandíbula apretada, ojos entrecerrados escaneando el perímetro. Brianna nunca lo había visto así, tan alerta, tan... depredador.
—No te muevas —ordenó él con voz baja y grave—. Está a sotavento, pero puedo sentirlo.
—¿Quién es? —preguntó ella, intentando controlar el temblor en su voz.
—No es un quién. Es un qué.
Un crujido de ramas a su izquierda hizo que ambos giraran la cabeza. Entre la espesura, dos ojos ambarinos brillaron por un instante antes de d