La sala del consejo guardaba silencio. Doce pares de ojos observaban a Brianna como si fuera una anomalía, un error en el tejido de sus tradiciones. El fuego crepitaba en la chimenea central, proyectando sombras danzantes sobre los rostros tensos de los ancianos. Algunos la miraban con desprecio apenas disimulado; otros, con curiosidad cautelosa.
Brianna permanecía de pie, con la espalda recta y la barbilla elevada. La sangre de Damien aún manchaba sus manos, aunque se había lavado tres veces. No era una mancha física, sino el recuerdo imborrable de haberlo salvado, de haber tomado su dolor y convertirlo en fuerza propia.
—La manada Blackthorn nunca ha tenido una Alfa mujer —declaró Eldric, el más viejo de los ancianos, con voz rasposa como corteza de árbol—. Es contra natura.
—También es contra natura que un lobo se niegue a evolucionar —respondió Brianna sin titubear—. Y sin embargo, aquí estamos, atrapados en tradiciones que nos debilitan en lugar de fortalecernos.
Una anciana de c