El sol de la tarde bañaba la terraza con una luz dorada que parecía acariciar cada superficie. Clara se había refugiado allí tras una mañana agotadora, buscando un momento de soledad que le permitiera ordenar sus pensamientos. Los últimos días habían sido un torbellino de emociones contradictorias, y sentía que en cualquier momento podría quebrarse bajo el peso de sus propios secretos.
Apoyó las manos en la balaustrada de piedra, sintiendo la calidez que el sol había depositado en ella. Desde allí, los jardines de la mansión Delacroix se extendían como un tapiz de verdes y florales que descendía hasta perderse en el horizonte. Respiró profundamente, dejando que el aroma de las rosas trepadoras que enmarcaban la terraza inundara sus sentidos.
—Es curioso cómo la belleza puede existir incluso en los momentos más oscuros, ¿no cr